martes, 29 de abril de 2008

Un viaje dentro del viaje


¡Ándate cabrito, que se viene!

Han pasado sucesivas cosas – en realidad siempre las cosas pasan sucesivamente – y además han pasado muchas cosas en estos últimos días desde mi último reporte, por lo que apréstensen para una fecunda lectura. Hagan espacio y tiempo. Procedo entonces – suprimiendo la segunda persona singular que tantas inquietudes te causó – por partes, como ya se acostumbra:

I. Stuttgart ( 17 – 19 abril)

Los primeros recuerdos de haber escuchado alguna vez el nombre Stuttgart se remontan a algún lejano domingo de mi infancia temprana, viendo algún programa deportivo en el cual se hablaba de un campeonato de tenis. Probablemente, el campeonato de Stuttgart. No tenía idea que la misma ciudad era la capital del estado de Baden–Württemberg, ni mucho menos que había sido la cuna de Hegel, al igual que de muchos stuttgartienses más. Le plugo al destino – previo mandato divino – que Diana Aurenque, chilena, casada, doctorando de Filosofía en la Universidad de Freiburg, (poniéndose unas sexies polainas en la foto) a quien conocí por allá el 2005 en la biblioteca del Goethe-Institut, Santiago, Esmeralda 650, estuviese establecida en la ciudad mencionada con Markus Schüller, alemán, casado, ingeniero medio-ambiental, quien es, a la sazón, su marido. Ya por el 2006, había abusado de su hospitalidad, quedándome con ellos en su nidito de amor que por ese entonces tenían en Köln y luego con los Schüller en el encantador y sacado-de-cuento pueblito de Tiefenbronn, al sur. Con todo esto de trasfondo – y sobre todo el borroso recuerdo de un campeonato de tenis – coordinamos con la Diana para que pudiera nuevamente inmiscuirme en la intimidad de su departamento de matrimonio joven. Así, ni perezoso ni mucho menos corto, tomé el tren a Stuttgart el jueves 17, llegando sin problemas. Fue agradable, tras ya meses en Heidelberg, llegar a una ciudad ciudad, de calles grandes, edificios, grandes barrios residenciales y parques extendidos. Al igual que la gran mayoría de las ciudades grandes alemanas, Stuttgart fue poderosamente bombardeada en la 2. Weltkrieg por lo que no se conservan construcciones de su anterior grandeza. Por lo mismo, tiene una arquitectura contemporánea muy interesante, paseándose entre edificios del 50, del 70 y del 90. Al mismo tiempo, y en un fuerte contraste a mi querida Heidelberg, parte importante del centro de la ciudad está dedicado a jardines y parques, como también a museos y galerías de arte. Sin ir más lejos, con el matrimonio Aurenque-Schüller fuimos a una exposición de fotografía sobre la realidad política en Corea del Norte. El departamento quedaba a algunas cuadras del centro de Stuttgart, y lo tenían muy bien arreglado y amoblado (i.e. en la foto la pieza de estudio, donde me tocó dormir). Era claramente un avance respecto del primer sitio que les conocí en Köln. Se nota que a Markus le está yendo bien en la pega. Está demás decir, también, que con la Diana nos pasamos parte importante del fin de semana conversando de filosofía bzw. de filósofos, tanto vivos como muertos, por sobre todo Heidegger, su actual peluche regalón, sobre el cual realiza su tesis doctoral. Al igual que el 2006, quedé inmensamente agradecido por el recibimiento, pródigo en amistad y rico en hospitalidad.

II. El Jorge Peralta y die Antonia (19 abril)

No bien volvía yo a mis tierras de Heidelberg, cuando esa misma noche, previas conversaciones con algunos autóctonos, partimos con el resto de mis convivientes al quasi obligatorio carrete de sábado en la noche. Llegando a tomar el bus – acá se carretea a pie, ¡salvaje! – se nos acerca un tipo y nos pregunta: “¿Chilenos?”. “Sí” contesté, como siempre, mirando de arriba abajo al interrogador. Para resumir la conversación, era Jorge Peralta, natural de Maullín, estudiante en Valdivia y actualmente haciendo la práctica de ingeniero acústico en Friedrichshafen, ciudad chica al sur, en la costa del Bodensee – lago fronterizo con Suiza – quien había ido por el día a Heidelberg, a encontrarse con Antonia, natural de Berlín, estudiando en Münster, y actual polola de Jorge. A esas horas respectivas de la noche, ya habían perdido sus respectivos trenes para volverse a sus respectivos lugares. Mirándonos respectivamente nuestras caras, los invitamos a que se nos unieran en el carrete y luego, si les placiere, podrían quedarse con nosotros en la Europahaus. La alternativa entre el frío de los andenes de la estación de Heidelberg y el cariño y calidez que puede ofrecer un hogar saturado de chilenos e italianos como el nuestro se inclinó levemente hacia nuestro favor. Un dato importante: Jorge también era músico y andaba trayendo su guitarra, instrumento que yo no había tocado desde algún carrete medio decadente en el febril Santiago de febrero. Así, partimos todos juntos, con nuevos amigos y guitarra, cantando – y bailando – canciones de los más salpicados colores y sabores en las micros y trenes que debíamos tomar. A propósito de tomar, pensaron que estábamos alcoholizados. Al ritmo de “Negro José” incluso nos atrevimos a soltar un sombrero, pero no cayeron más que miradas extrañadas y una que otra sonrisa furtiva ante una panorama tan pintorescou. El carrete considerado en sí mismo (secundum se, an sich) no estaba tan bueno, por lo que volvimos y nos tomamos algo en el camino. Finalmente, los instalamos en una pieza y después de almuerzo partieron de vuelta a sus ciudades, no sin antes materializar su agradecimiento en una botella de vino y chocolates, el primero deprimentemente malo, a la vez sabrosos los segundos. (Nota de la redacción: dadas las circustancias fortuitas de los eventos, no hubo registro fotográfico de este apartado. Las imágenes mostradas tienen fines estrictamente ilustrativos y no se corresponden con la realidad de los acontecimientos. Por su comprensión, gracias.)

Ante tal seguidilla de acontecimientos, se me gatilla una reflexión entre ser recibido en un lugar y recibir a alguien, la reciprocidad, la hospitalidad mutua, y todo eso. Pero la reflexión se acaba rápido y sigamos con un plato fuerte.

III. España, (20 – 27 abril)
Parte 1: Pamplona

Una figura sin duda decisiva en mi decisión de dedicarme a la filosofía fue el profesor argentino Dr. Alejandro Vigo, ex profesor de la U. de los Andes y de la PUC, y actualmente profesor de la Universidad de Navarra. Como esta gente se aburre de tanto de leer libros, a veces organizan congresos, para aburrirse todos juntos comentándolos. Así, el profesor Vigo organizó un congreso sobre “Racionalidad Práctica”, uno de sus temas de aburrimiento favorito. Esto se convirtió en la excusa perfecta para viajar a Pamplona – donde se ubica la Universidad de Navarra – entrevistarme con Vigo y ver a varios conocidos que también habrían de estar allá. El primero de ellos fue Orlando Poblete, chileno, soltero, doctorando en la Universidad de Navarra, quien me recibió en su piso compartido con puros filósofos y con quien pasamos un buen rato riéndonos, tanto de las conferencias del congreso, como también de los videos ocultos del profesor Rossa, que por algún motivo resurgieron con una nueva simpatía para nosotros. También estuve con los profesores Cristóbal Orrego, Joaquín García Huidobro y Mariano Crespo, curiosamente, con quienes en alguno u otro momento de la carrera me ha tocado trabajar como ayudante investigador. Además, el prof. Crespo trajo consigo –según sus palabras – una Schultüte que me mandaron desde Chile, manjar y pisco inclusive. Además pude conocer varios profesores y estudiantes, lo que es siempre estimulante, interesante y conveniente. Algunas notas sobre Pamplona: me pareció ser una ciudad bastante ordenada y limpia, con un casco antiguo bastante bonito – donde se hace la famosa corrida de San Fermín – y con una mayoría importante de estudiantes universitarios, lo que le da un giro distinto a la vida urbana. La Universidad misma se ubica en dirección al sur de la ciudad, y se caracteriza por tener sus edificios distribuidos por un tremendo parque que es el campus – a diferencia de las universidades de acá, situadas en plena zona urbana –. Los edificios – curiosamente al igual que en Stuttgart – son en su mayoría construcciones de arquitectura contemporánea. Todo esto hace de la visita a la Universidad una experiencia estética bastante impresionante, como se puede apreciar en algunas de las fotos. Una excelente biblioteca y infraestructura en general complementan esta impresión. (Cuento simpático: para entrar a cualquiera de los edificios pertenecientes a la universidad – salvo la clínica – hay que pasar la credencial por una máquina, lo que me recordó por un segundo el metro de Santiago y la nostálgica tarjeta Bip! El drama fue que yo no tenía esa tarjeta, ni tampoco me pude conseguir una por lo que me tuve que pasar toda la semana pidiendo por favor que me dejaran pasar, que yo venía de visita, que era chileno, etc. etc. Insisto: todos y cada uno de los edificios, sin excepción.)

IV. España, (20 – 27 abril)
Parte 2: Homo Viator

Obviamente no hay ningún vuelo o tren Heidelberg – Pamplona, no faltaba más. Luego, los tránsitos – tanto de ida como de vuelta – fueron de la siguiente manera: bus Heidelberg – Frankfurt, avión Frankfurt – Santander, bus Santander – Bilbao, bus Bilbao – Pamplona. Súmese, por favor, los ratos de espera en cada conexión. O sea, prácticamente un día entero. No obstante, como soy un tipo naïve, optimistón y fácil de engañarme, mirando al horizonte (cfr. foto) decidí intentar sacarle el lado bueno a estar tanto tiempo en condición de homo viator. De partida, en total me leí casi dos libros enteros entre la ida y la vuelta. Pero además, aproveché para conocer las ciudades en el medio. De Frankfurt no vi mucho – esto es Frankfurt-Hahn, un aeropuerto chico ubicado bastante lejos de Frankfurt donde realmente no hay nada más que el aeropuerto – porque no había mucho que ver. Por Bilbao me di un par de vueltas, pero no me convenció mucho: me pareció una ciudad un tanto hostil, sea por el carácter de la gente, sea porque todos los carteles y avisos están escritos en español y en vasco – ese idioma raro lleno de zetas y kas –, sea porque la autopista por la que entraba el bus a la ciudad, estaba rodeada de edificios llenos de carteles – también bilingües – diciendo “autopista fuera”, “basta de mentiras”. En fin, me pareció hostil.

Todo lo contrario con Santander, puerto con el cual tuve un a particular historia que paso a deletrear: a la ida había estado un poco menos de una hora en Santander, tiempo suficiente para llevarme una grata impresión de la ciudad, de su catedral románica de piedra blanca, de su costanera junto al mar, de su increíble “Parque de la Sotileza”, pero tiempo insuficiente para verla más a fondo. Lástima. A la vuelta, contaba también con un poco más de una hora, que valió la pena para seguir paseando, almorzar algo y despedirme de la capital de Cantabria, para luego dirigirme al aeropuerto, con un bus especial. Mas le plugo al destino – previo mandato divino – que llegase al aeropuerto y no hallase mi vuelo. Miré fijamente la pantalla de salidas para ver si aparecía, pero no hubo caso. Busqué con la mirada el counter de RyanAir, para encontrar soluciones o consuelo, pero no hubo caso. Revisé mis papeles del vuelo… y ahí sí hubo caso. El vuelo 4476 no era a las 17:25 del 26... sino ¡del 27! Siempre fui educado en la costumbre de llegar con tiempo a los lugares, pero esta vez llegué 26 horas antes del vuelo. Un poquito too much. Tras las autoreprimendas de rigor, las maldiciones a las facultades de la inteligencia y la memoria, los cabezazos espontáneos, reiterados e in crescendo contra la pared, y la tranquilización posterior, asumí mi facticidad: me tenía que quedar un día más en Santander. ¡Enhorabuena! Así, tomé el bus de regreso a la ciudad, peregriné en busca de alojamiento hasta que dí con la simpática y conveniente “Hostal La Mexicana”, en pleno centro de la ciudad. De ahí en adelante, todo fue hacer turismo, recorrer Santander y sus rincones. Es una suerte de “Valparaíso español”, en la medida que es un puerto empotrado en las laderas de varios cerros distintos, lleno de calles bruscamente inclinadas, distintos niveles y terrazas. Asimismo, no tenía la pulcritud de Pamplona y se notaba ser una región más pobre y sufrida, tanto por la suciedad, la arquitectura, los grafittis o la gente. Sin perjuicio de lo anterior, me pareció que tenía un encanto particular, junto con el aire marino que se podía respirar al recorrer los parques que bordean prácticamente toda la bahía de Santander. En fin, me gustó. Pero recuerden que yo soy idealista e inocentón, así que quizás si ustedes viajan a Santander, la encuentren una porquería.

El autor no se hace responsable por las interpretaciones
que, eventualmente, no representen necesariamente el pensamiento del blog.

Llegado hace ya un par de días a Heidelberg, ahora estoy en plan de retomar normalmente los estudios tras esta semana y media de ausencias. Además, acá ha habido cambios: Xiaoling, la enigmática y conflictiva estudiante china, decidió marcharse de nuestro departamento, y cambiarse de pieza con la Carla, chilena, soltera, estudiante de Psicología en la U. de Chile, quien se domiciliaba hasta ese entonces en la pieza de arriba. Si bien nunca los conflictos llegaron a los extremos graficados en la foto, sí estabamos nosotros también un poquito chatos de ella: acumulación ilícita de platos sucios en el lavaplatos, exceso de aromas desagradables en la cocina, utilización indebida de artefactos de aseo e higiene personal, entre otras acusaciones. Ella a su vez, se quejaba que metíamos mucho ruido y no la dejábamos dormir. En definitiva: solución digna de “Caso Cerrado”: quedamos todos extremada e espasmódicamente felices. Y ante la objeción de “ahh… pero entonces ahora van a hablar todo el día en castellano”, hay que decir que no ha lugar, porque la Carla siempre pasaba metida acá todo el día, así que no es nada nuevo. ¡Chaolín Xiaoling! (venimos con esa talla desde que supimos que se llamaba así...)

Doy por cerrado el informe, felicitando a los que llegaron hasta acá. A estas alturas, la exhaustividad de la lectura de cada uno de ustedes me sirve como una medida cuantificable de la estima y el cariño. Más aún me sirven las respuestas, comentarios, correos o cartas físicas que me quieran hacer llegar. Y el que no quiera, que no quiera. Acá nadie obliga a nadie (salvo en los cachos).


Un abrazo muy grande a todos; ¡ya los echo de menos!
Cristián


Agrego otras fotos curiosas:

Una advertencia para mí....

(Stuttgart)

.... y otra que incluye a los colegas.

(Santander)


sábado, 12 de abril de 2008

Primera semana de Clases

Es una costumbre bien arraigada en el Geist alemán, darle a los niños chicos en su primer día de clases una Schultüte (esto es, un cucurucho, como diríamos en nuestro precisísimo español) llena de dulces y Süssigkeiten, de modo que puedan afrontar adaptativamente las situaciones ansiógenas que genera la novedosa e impredecible experiencia del colegio. O sea, pa’ que no llore el cabroshico. ¡Eso sí que es un clásico condicionamiento! Seguro que grandes como Karl Jaspers, Hans Urs von Balthasar y hasta el duro de Ludwig Wittgenstein recibieron una para ser niños felices y saludables. No obstante, a pesar de que a mí nadie me dio una de ésas, partí esta primera semana de clases, recorriendo, como casi todos los días, casi las mismas calles que en algún minuto de su vida pisara el casi gloriosísimo Marsilio de Inghen. Pero antes de narrar mi experiencia, creo que es menester aclarar un poco el sistema alemán: existen muchos tipos de cursos distintos, que podríamos agrupar en dos categorías: lecciones (Vorlesungen) y seminarios (Pro-, Mittel- y Hauptseminare).

Las lecciones son en auditorios grandes, donde el profesor habla y los alumnos toman apuntes. La cosa más vertical del mundo, esa cosa que odian mis amigos revolucionarios, partidarios de una educación “desde las bases”. Acá es lo más común del mundo, e impensable de otra manera. Cabe destacar que son auditorios realmente grandes y realmente llenos (dependiendo de la materia, claro). Además, es notable el hecho que no sólo está presente, como era de esperar, la fauna universitaria en su más amplia presentación – desde los pernitos de siempre hasta los tipos voll cool, pasando por toda clase de tribus urbanas intermedias – sino que además llega mucha gente mayor, adulta... o en realidad, adulta mayor, solamente a escuchar las clases. No sé si haya sido igual en la época del eminentísimo Hegel (o quizás… ¡son los compañeros del eminentísimo Hegel!). Se ponen en las primeras filas, lucen ufanos sus canosas cabelleras, se saludan ruidosamente unos a otros y conversan de aquellos tiempos, de qué ha sido de éste, de qué fue de este otro, de cuándo se murieron los demás, etc. etc. Me resulta especialmente curioso el hecho que usualmente el profesor es, por lo bajo, un par de décadas más joven que toda esta sección de la clase, digna de “Los Años Dorados” . Sin perjuicio de lo anterior, fue una experiencia ciertamente impactante estar en un auditorio con 150 personas para escuchar una clase sobre la edición y la transmisión (Überlieferung) de los libros de la “Metafísica” de Aristóteles a través del neoplatonismo de Andrónico de Rodas y cómo eso, en cierto modo, marca las lecturas posteriores. (En Chile, habrían llegado 15 pelagatos y al final de la clase, quedarían 6 lateros… incluyéndome). Más encima, acá existe la costumbre de "aplaudir" al final de la clase dando pequeños golpecitos al banco con los nudillos. Siempre, aunque la clase haya sido pésimas, o una lata, o se hayan tratado puros asuntos administrativos, se hace igual

Los seminarios, por su parte, son otra cosa: salas más bien pequeñas, ubicadas en cada uno de los institutos – los auditorios están todos juntos en un gran edificio al centro de la ciudad (ver foto) – con una cantidad de alumnos muy reducida, no mucho más de 30 ó 40. Ahí sí se da bastante más diálogo e intercambio entre el profesor y los alumnos… o mejor dicho entre los alumnos que quieren decir algo. Acá también pasa el típico silencio incómodo cuando el profesor pregunta algo que debería resultar evidente para todos los que tomaron el curso y nadie quiere responder. Menos va a responder el chilenito, que con suerte cree haber entendido la pregunta. Ese formato toman también los cursos “prácticos” como son los de interpretación de texto, talleres de traducción o de lectura, etc. En los seminarios las evoluciones son a través de exposiciones de los alumnos (el ya comentado Referat) y de Hausarbeite o trabajos escritos, que se entregan durante las vacaciones o bien a comienzos del semestre próximo. ¿Pruebas? ¿Controles de lectura? ¿Tareas? ¿Interrogaciones? No existe nada de eso. ¿Ayudantías? Sí, hay algo parecido (Tutorium) pero que no es muy común.

A propósito, haciendo un flashback, me acuerdo que hace algunas – tres o cuatro – semanas conversaba con Alkistis, una amiga griega, intentando explicarle cómo era el sistema universitario chileno, nuestros ramos, con dos o tres pruebas semestrales, con exámenes y todo eso. Al principio me ponía cara de pregunta, no lograba entenderme, hasta que de repente se le ilumina la cara, y sorprendida me dice: “Ahhh… ¡como en el colegio!”. Unos dieciocho siglos de historia de diferencia pasaron frente a mis ojos. “Si” respondí casi atorándome con las palabras por vergüenza “… como en el colegio.”.

Aprovecho de comentarte que tuve la genial, fantástica e irremediablemente sobrecogedora idea de tomar un curso de lectura de latín, en particular de la Vulgata, la versión latina de la Biblia del año 382d,C. Hasta ahí todo bien. El problema fue que durante el curso vamos a estar leyendo y traduciendo del latín… ¡al alemán! Entonces hazte la idea de cómo estoy intentando sobrevivir entre la lectura del texto en latín, las consultas a mi diccionario (que es latín – inglés… lo que faltaba), la construcción de las frases en español y pasarlo de ahí al alemán, o a veces directo al alemán, pero en realidad, cuando uno entiende el sentido del texto como que se entiende en “ningún idioma” y después hay que transformarlo a alguno…o algo por el estilo. El cuento es que no me es fácil y vamos a ver cómo lo hago para flotar hasta julio. Más encima, voy a tener que hacer una prueba de traducción “en vivo y en directo” del texto hacia el final del semestre. De ahí te cuento…

Finalmente repartí mis ramos entre la facultad de filosofía (Seminario sobre Leibniz y lecciones sobre Metafísica con el famosísimo Jens Halfwassen) y el instituto de latín medieval (lectura de la Vulgata, taller de Paleografía y lecciones sobre las disputas medievales), donde hace algunos meses entré en contacto con la Dra. Carmen Cardelle de Hartmann, una profesora española, radicada hace 30 años en Alemania, que me ha recibido increíblemente bien y me ha ayudado muchísimo con todo. Además, tengo ganas de ir de oyente a algunas lecciones de otras carreras (Historia y Teología). Aprovecho este recuento para comentar también sobre – he tenido sólo una clase hasta ahora – el prometedor curso de Paleografía: es el estudio de manuscritos antiguos, es decir, cómo leer, entender, fechar, identificar y clasificar escritos medievales. Así, por ejemplo, vamos a estudiar técnicamente de qué manera se escribía en el siglo V. d.C. – con qué materiales, cómo se hacían los trazos, cómo se hacían las distintas letras, cómo se abreviaban las palabras – de modo que teniendo un escrito al frente uno sea capaz, no sólo de leerlo y transcribirlo, sino también de identificar a qué escuela podría haber pertenecido, qué estilo representa, de qué fecha podría ser aproximadamente, etc. Comprendo que para la gran mayoría pueda resultar una soberana lata, pero yo lo encuentro sencillamente fascinante. Bueno, por algo somos 7 personas en el curso. A todo lo anterior, hay que sumarle que seguiré estudiando alemán en la Max-Weber-Haus, pero un curso de sólo una clase semanal.

Como verás, todavía sigo en la “luna de miel” del intercambio, sólo que ahora se le suma el elemento de las clases y ver en acto algunas de las muchas posibilidades de formación que ofrecen estos alemanes bárbaros. Lo que se viene por delante es empezar efectivamente a agarrar el ritmo de clases y de estudio, que contrasta bastante con el estilo de vida “Erasmus” que se respira por acá. Además, las próximas semanas se cruzan con algunas otras “actividades” – evito el eufemismo: viajes – que habrán de ser objeto de las próximas intervenciones el blog. El próximo jueves 17 viajo a Stuttgart a reunirme con Diana Aurenque, chilena, casada, actualmente doctorándose en Freiburg am Breisgau en Martin Heidegger con Günther Figal (el primero es la ciudad, los dos últimos son filósofos: el primero muerto, el segundo vivo). Ella y Markus, su increíblemente simpático-y-que-habla-bien-español-aunque-es-alemán marido, me van a recibir por el fin de semana, para ponernos al día y conocer la para-mí-desconocida-pero-probablemente-maravillosa ciudad de Stuttgart. (La foto de acá al lado es de mi estadía con ellos el 2006 en Tiefenbronn.) Luego, habiendo vuelto el domingo, el lunes 21 partiría hacia España, concretamente a Pamplona, a un Congreso de Filosofía Práctica, organizado por el muy querido profesor Dr. Alejandro Vigo, ex profesor de la PUC y actualmente profesor en Navarra. Más encima, viajan varios conocidos desde Chile, lo que hará más macanudo todo aún. Ahí me debería quedar su buena semana, para volver recién el sábado 26.

En fin... como verás, sigo en la luna de miel.
Gott sei dank.

Espero tus comentarios o mails, un abrazo grande,
Cristián.

PS: Así como dice el poeta:

Sólo he encontrado dos cosas que no tienen frontera:
Los hedores de la gente hedionda y la chochera

Quería compartir contigo la última chochera: las mellizas López Rodríguez, Agustina y Emilia (izq.), cero millas, nuevecitas de paquete. Nacieron sanitas, completitas y sin ningún problema. La Pía también está muy bien, prácticamente recuperada.


PS2: Ya puse las fotos que debía de Schwetzingen; ver el final del post.