lunes, 28 de julio de 2008

Un mes como pocos

No es que se me haya olvidado escribir en español. No es tampoco que me haya olvidado del blog. Mucho menos es que no haya tenido la intención de hacerlo. Es que no tuve tiempo nada más. Recién esta semana vengo cerrando un mes bastante ajetreado desde la última publicación, cuyo limitado o escaso éxito – por no decir nulo o definitivamente inexistente – sólo es comparable a las cantidades de placer que puede producir la audición concentrada el último disco de Julio Iglesias. Hago, entonces, una revisión rápida del último mes para luego concentrarme en las últimas dos semanas; por lejos, de las más interesantes del semestre.

Hacia principios de julio, mientras mis contemporáneos en Chile daban pruebas, rendían exámenes y se despedían del semestre, yo tenía clases normalmente. Pero ya hacia mediados del mes, empezó a sentirse en el aire un nivel un tantito mayor de densidad: el así llamado “síndrome del fin de semestre” tiene, por lo visto, las características de ser un cuadro universal, encontrándose presente hasta en los países más alemanes de Europa. Como por ejemplo, Alemania. Además, considerando el hecho que durante el semestre no se hacen muchas evaluaciones – a lo más, una exposición o interrogación oral – al final se acumula el estudio, sobre todo cuando no se ha estudiado mucho a lo largo del semestre. Así entonces, como si fuera un ser humano más, me tocó también cerrar el semestre: examen escrito de traducción del latín y examen oral, que providencialmente, correspondía al curso que yo venía haciendo con una profesora española, quien me ofreció dar el examen en español. Lo pensé cerca de 0.013 segundos antes de aceptar. Después de haber contado con una performance bastante aceptable en ambas evaluaciones, se viene lo entretenido: hace un tiempo ya venía planificando un viaje, con motivos, por así llamarlo, académico-turísticos. Esto es, visitaría cuatro ciudades, dos por placer y dos por asuntos académicos – sin perjuicio que igualmente éstos resulten placenteros ,como es nuestro caso – y todo esto en el marco de 10 días. Tras hacer los contactos correspondientes, las reservas y coordinaciones del caso, las encomendaciones a san Rafael, protector de los viajeros, y a san Garriel, protector de los viajes en tren, partí el día miércoles 17 de julio con destino a Köln, también llamada por los romanos Colonia, puesto que era una colonia. Además, de ahí proviene originalmente el nombre de “eau de cologne”, o sea, colonia.

(Con este tipo de datos se cae por el suelo todas aquellas teorías etimológicas que plantean que el término “colonizar” se tome por la llegada de Colón, o según otros autores más audaces, por las afecciones intestinales de algunos conquitadores.)

I

Dentro de la distinción hecha supra, el viaje a Köln caía en la categoría de “académico”, puesto que iba exclusivamente a conocer el Thomas-Institut, uno de los centros más importantes – si no el más importante – de investigación en filosofía medieval, y también a conocer personalmente al Herr Prof. Dr. Dr. h. c. Andreas Speer (no estoy exagerando: usa todos esos títulos), quien es considerado como uno de los medievalistas más importantes de la actualidad. Si sé que en ningún caso tiene la solemnidad de asistir a una audiencia con el Papa, el glamour de asistir a una gala en Cannes, la emoción de tomarse un café con George Clooney, o la gloria de esperar varias horas afuera del Hotel O’Higgins para ver de cerca a ídolos tan grandes como Marco Antonio Solís o Maura Rivera. Sin embargo para los seres curiosos en esta área, resulta especialmente importante. Así, Dr. Dr. h. c. Speer me recibió en su despacho, digamos, unas 5 horas después de lo que habíamos planteado en un principio (me tuvo esperando de 10 am hasta las 3 aprox.). No obstante, habiendo viajado exclusivamente a eso, poco me importaba esperar y en la biblioteca del Thomas-Institut había suficiente material como para entretenerme unas 3 ó 4... décadas. ¡Qué biblioteca! (lo que se ve en la foto es sólo unpasillo: deben haber habido unas 6 u 8 salas con las paredes tan llenas de libros como ese pasillo). Lo más simpático de todo esto era el mismo Speer: un tipo muy sencillo, vestido con polera y chalas – y, si bien no lo recuerdo, asumo que alguna especie de pantalón –, muy buena onda y me recibió con mucha amabilidad. Conversamos un muy buen rato – tanto así que por el atraso perdí mi conexión a mi próximo viaje – hablando de filosofía y filósofos, de lo humano, lo divino y lo que cae esporádicamente entremedio, como también sobre eventuales posibilidades de doctorarme por allá, opción que tras la conversación quedó francamente abierta, aunque sin compromisos. Por lo demás, también me dio algunos datos de becas que no tenía en mis registros. En resumen, a pesar de la espera de varias horas y del atraso del viaje, la entrevista con el Herr Prof. Dr. Dr. h. c. fue todo un éxito. Con esto ya quedó el contacto hecho para cualquier necesidad futura, lo que incluye, si me piace, hacer un doctorado con él.

II

Literalmente corriendo desde el Thomas-Institut, intenté alcanzar al tipo alemán - un tal Günther, como casi todo alemán - que me llevaría en auto hasta Münster, mi próxima parada. Mas, llegué 20 minutos después de la hora programada. Y eso, señoras y señores, acá no se perdona. La mejor alternativa fue tomarme un tren, que salió más fácil y barato de lo que pensaba, y así, el día jueves 18 alrededor de las 21 horas ya estaba llegando pisando la estación. Allí me esperaba Antonia (izq. en la foto), quienes los lectores más fieles recordarán como la alemana, polola de Jorge Peralta, junto a quien fuera encontrada una noche en las calles de Heidelberg por los habitantes de la Europahaus e invitada a que cohabitaran con nosotros. Así, le cobré la mano de vuelta y me habría de recibir en Münster los días que yo fuera. Este viaje cae, como podrán apreciar, en el orden de los viajes por placer. Confieso que he sido grotescamente regaloneado por la Antonia: no sólo me recibió en su casa, sino que me dejó su cama, me cocinó –ante mi negativa tajante, logróme empero convencer–, me paseó por todas partes, me presentó con todo su grupo de amigos, especialmente sus tres Mitbewohnerinnen (convivientes mujeres), con quienes lo pasamos muy bien todo el fin de semana. Disfrutamos del indómito clima monasterense – en Münster, debido a las condiciones geográficas de sus alrededores, está nublado cerca de tres cuartos del año, usualmente con precipitaciones –, recorrimos la ciudad, refutamos las leyes de la inducción, vimos, sin saberlo con certeza, el final de la segunda guerra mundial (cf. explicación e imágenes más abajo), paseamos por el Promenade y su feria de las pulgas nocturna, entre varias otras cosas. Además fue un rato muy agradable con la Antonia, a pesar que nos habíamos conocido y conversado sólo aquella vez en Heidelberg, nos llevamos como si fuésemos amigos de toda la vida. También su grupo de amigos era muy entretenido, siendo la casa un constante entrar y salir de distinta gente –amigas de las residentes, algunos pololos u otros amigos hombres – por lo que la cocina, centro social, pasaba literalmente llena. Por algún motivo que no logramos comprender, aunque la explicación más factible parece ser “por moda”, prácticamente toda esta gente, o bien sabía español, o había estado en Chile o en otros lugares de Latinoamérica por distintos motivos – servicio social, visita, intercambio, prácticas, etc. – por lo que llegara un chilenito no era en absoluto exótico. No obstante lo anterior, hablamos constantemente en alemán. Y “alemán lolo”, dialecto en el cual, a estas alturas, ya me encuentro un tanto iniciado, sin perjuicio de que me quede colgado algunas veces, o bien, que me miren un tanto extrañados y riéndose cuando ocupo alguna expresión más popular. (Imagínense la misma situación cuando un gringo dice algo como “si te cacho po” con acento marcadamente extranjero).

III

Tras un emocionado desayuno de despedida (?), la Antonia me dejó arriba del tren que me llevaría a mi siguiente destino: Berlin. ¡Berlin! Ciudad cuyo símbolo es un oso, pero no tiene más osos que en los zoológicos y las tiendas de peluches, ciudad capital federal de Alemania, testigo en carne propia de la esencia misma de la guerra fría, que en su caso, se expresó de una manera inquietantemente concreta. De hecho, sin ir más lejos, me estuve alojando en Berlin oriental, a sólo un par de cuadras de la impactante Karl-Marx-Allee, cuyo sólo nombre y arquitectura de sus edificios nos hace recordar un soviético régimen que anduvo por la zona. Berlin, ciudad inagotable, que ya tuve la fortuna de visitar dos veces el 2006, y que ahora me recibía por motivos académicos: allí me habría de reunir con el Dr. Joaquín García-Huidobro, con quien hace un tiempo ya me encuentro trabajando en su proyecto sobre la recepción de la distinción aristotélica entre “justo natural” y “justo legal”. Para eso hemos estado rescatando autores desconocidos que han tratado este tema, sobre todo en los períodos medieval, renacentista y moderno temprano (ss. XIII – XVII), aunque sin obviar aportes tan relevantes como el del el glorioso Miguel de Éfeso, el inigualable John Buridan o el históricamente maltratado Teophilos Gollium, por sólo nombrar algunos de los conocidos. Tampoco olvidamos a best sellers de antaño como Jacques LeFevre – cuya introducción a la ética tuvo más de 30 impresiones en los primeros quince años desde su publicación, por allá en el 1497 –, el estimado maestro Hubert van Giffen, el polémico doctor y filósofo John Case, o autores ya consagrados como Nicolás de Oresme, Philip Melanchton, o el mismísimo Averroes (quien logre adivinar cuál de todos los mencionados es el que aparece en la foto, se gana un premio directo desde Alemania)

Nos encontraríamos en Berlin para estrujar las bibliotecas de allá: la Staatsbibliothek (Biblioteca Nacional, en la foto), que fue nuestro centro de operaciones, y las bibliotecas universitarias de la Freie-Universität y de la Humbold-Univeristät. Como cabro chico en tienda de juguetes me tocó meterme en estas tremendas moles a buscar todo lo que nos pudiera servir para nuestra investigación. En la tarde volvía a juntarme con Joaquín y entregarle varios kilos de fotocopias de mis resultados. Así fueron varios días en la búsqueda del comentario perdido de Alberto de Sajonia a la Ética de Aristóteles- de cuya existencia sólo da cuenta una tesis doctoral publicada en 1923, que tampoco pudimos encontrar –, en la investigación sobre la cronología de los distintos comentarios a la Ética que hizo Alberto Magno, en la averiguación de quién realmente fue el que hizo la paráfrasis de la Ética atribuida erróneamente a Andrónico de Rodas, y otros temas por momentos más históricos que filosóficos propiamente tal. Y en este caso también: aunque no tenga la pasión de bailar una salsa con Jennifer López, lo romántico – y caro – de un paseo en góndola por Venecia, o lo exhuberante de ganarse una once con Luis Dimas, todo esto de la investigación en Berlin fue muy entretenido y muy formativo también. Allí estuve en total 5 días, desde el sábado 19 hasta el miércoles 23.

IV

Como ya se venía convirtiendo en la tónica, llegué apurado y al justo al aeropuerto para salir de Berlin. Baste decir que llegué 4 minutos antes que se cerrara el counter. Mi próximo destino –turístico– era una conocida ciudad al centro de Francia, famosa por sus panes, sus quesos y algunos edificios. Inicialmente la llamaban Lutecia (o Lutetia), pero ya hacia el siglo IX se encuentran algunos registros, en los cuales se ve claramente que sus habitantes tomaban ya la costumbre de llamarse a sí mismos “los de Paris”. Posteriormente, Paris pasó a llamarse con el nombre que la conocemos hoy, o sea Paris. Allí fui recibido por Pepe De Toro, amigo mío quien está doctorándose allá sobre historiografía medieval, intentando mostrar, a partir de crónicas universales del siglo XII, que los historiadores de esa época tenían una noción de la historia mucho más científica y técnica de lo que usualmente asumen los estudiosos actuales. Paris, al igual que Berlin y otras ciudades, recibe con toda propiedad el epíteto de ser una de las “capitales del mundo”, en el sentido que, nos guste o no, es una de las pocas ciudades en las que se lleva la delantera y que las demás sólo pueden ir siguiendo. Y no sólo en un sentido de modas, vanguardias estéticas, filosóficas o tecnológicas, sino también en un sentido histórico: en Paris hoy se está haciendo la historia y se están trazando las líneas de hacia dónde va la historia. Para el resto, sólo nos quedaría intentar ser una oposición a tal delantera, o bien unirnos a ella. Pero el punto es que son las ciudades del mundo que no le son indiferentes a nadie, sea para reprocharlas o alabarlas. Por eso tenía sentido estar en París. Bueno, y además ver todas las cositas lindas que tiene para ofrecer la ciudad. No tendría, en este contexto, mucho sentido ponerme a detallar cada uno de los días y los recorridos que hice por la ciudad, como tampoco comentarios detallados a cada uno de los momentos – por lo demás tampoco tendría tanto que decir – por lo que hago algunas apreciaciones generales. Primero, todo el mundo dice siempre que Paris es una ciudad hostil, que la gente no es muy amable, que, si bien hablan inglés, no van a hablar sino en francés y que no son muy amigos de los turistas. Y efectivamente es así, no encontré ningún elemento relevante que pudiera poner en duda este prejuicio. Es una ciudad tremendamente activa y movida, de ajetreo constante que, al mismo tiempo convive con su historia, entroncada en los innumerables monumentos – por usar un nombre genérico – que la poblan dé nord á sud. Así, al igual que su misma historia, se muestra como una ciudad llena de paradojas, o por qué no, contradicciones. La que alguna vez fuese el centro intelectual más importante para el mundo cristiano occidental, hoy, conservando multitud de iglesias impresionantes, es considerada uno de los lugares más anticlericales del orbe; donde brillaron, según dicen, los ardores de la revolución y de la emancipación del pueblo sobre la autoridad tiránica, abundan hoy los monumentos imperiales ensalzando apoteósicamente la figura de un solo hombre, bordeando la idolatría (por ejemplo, l’Arc de Triumph, Hôtel des Invalides); en el mismo lugar que se erigieron inmensas catedrales góticas para que el hombre levantara la mirada a Dios, se levantaron también torres para celebrar las maravillas de la técnica y la ingeniería, sin ningún otro sentido trascendente a ellas mismas (p.e. la Tour Eiffel). Con todo, es un lugar para sorprenderse y maravillarse, ya por lo particular de sus lugares, ya por lo históricamente importante de prácticamente todo, ya por los fuertes contrastes, por ejemplo, entre el lujo de Plâce Vendom y los indigentes en el metro y las entradas de las iglesias; entre el estilo único de sus mujeres, y las negras africanas con sus vestidos de colores y paños en la cabeza. Qué decir de ese concentrado de historia de la humanidad que es el Louvre, donde los turistas hacen cola para solamente acercarse a la Gioconda, pasando rápido por toda una serie de cuadros espectaculares del mismo período, o bien, todas las demás alas del Louvre – que bien vale la pena ir al menos un día entero para verlo – o qué decir también de Montmartre, el Paris más parisino, el Paris de las películas o de la idea que todos tenemos: bohemia, calles chicas de piedra, artistas, boinas, acordeones y cafés. Mención aparte merecen también el inmenso cementerio de Pére Lachaise, donde están enterrados parte importante de la historia de la humanidad – de la cual sólo pude ver bien a Chopin y a Abelardo con Eloísa, porque nos echaron por la hora–, como así también la abadía de Saint-Denys, al norte de Paris, donde yacen todos los reyes de la historia de Francia, desde Pipino el Breve hasta Louis XVIII. Todo esto, en fin, me mantuvo ocupado hasta el domingo – ayer – día en el que tomé el tren de vuelta, pasando por Mannheim. Como era ya casi previsible, estuve muy al justo con el tiempo y llegué a la estación pocos minutos antes que partiera. Luego volví a Heidelberg sin mayor novedad.

V

Estas últimas dos semanas que me quedan acá ya comenzaron con la partida de la Carla y Cony, compañeras de aventuras y de piso, y en los próximos días llegará gente nueva, sin tener idea de dónde o de qué onda. Pero en todo caso, tampoco podré compartir mucho con los nuevos, pues ya estaré en las últimas yo mismo. No obstante, estos últimos días estarán también fuertemente dedicados a la última actividad académica pendiente, a saber, la entrega de un trabajo escrito sobre la substancia en Leibniz. Me comprometí a entregarlo antes de partir de vuelta a Chile, por lo que estoy ya poniéndome en campaña: no sólo el tema es complicado y difícil de abordar, sino que además debo escribirlo en alemán, lo que no facilita precisamente la tarea. Espero que pueda hacer algo bordeando lo digno para poder contarle a mis nietos que alguna vez hice un trabajo escrito en alemán. Además, viene todo el proceso de empezar a cerrar mi estadía acá, tanto en término burocráticos como personales: despedidas, últimas- reuniones-con, promesas de amistad eterna, promesas de visitas a Chile, compromisos de mantener correspondencia, y un largo etcétera que se podrán imaginar. También viene el proceso de, como decía la Carla, “asumir la pérdida” en el sentido de comenzar a hacerme la idea de volver, de cerrar todo este capítulo e ingresar nuevamente en la vida cotidiana chilena. Esto trae consigo una compleja serie de sentimientos encontrados, puesto que recién ahora, o bien hace algunas semanas o meses, me siento ya con cierta propiedad para decir que me “he integrado” en la cultura de acá. Al principio uno es siempre un “estudiante de intercambio”, con las ventajas y limitantes que tiene el caso, pero no se siente tan instalado. Hay un minuto, sin embargo, que comencé ya a sentirme funcionando bien con el sistema de acá; no sólo “adaptado” sino “integrado” – espero que se perciba la sutil diferencia – y justo ahora que ya lo logré, debo empezar a volverme. Es, como escribí en algún mail, como tener que devolver un instrumento prestado que acabas de aprender a tocar bien. A esto se suma que, además de toda la gente internacional que conocí durante la primera parte del semestre, también ya me fui armando un grupo de amigos alemanes con quienes me he estado reuniendo más el último tiempo, viendo desde adentro cómo piensan, cómo viven, cómo carretean, cómo se enfrentan a la vida, etc. No tengo idea qué irá a pasar en Chile: quizás al llegar, la tierra me tire y me proponga quedarme y nunca más salir, o bien, me bajen unas ganas tremendas de volver a Alemania, o – lo más probable – una vaga mezcla de ambas. Ya veremos qué sabor tiene la mezcla.

En este minuto no estoy en condiciones de prometer mucho, pero creo, con cierto grado de certeza, que podré hacer una última entrega alrededor del 15 de agosto, días antes de volverme a Chile. Más predicciones que estudiar y hacer trámites no puedo hacer, pero seguro que les estaré contando si pasa algo interesante, como he estado todo este tiempo. Espero que para ustedes la lectura – y esto es un premio para los que llegan hasta acá y hasta hoy – haya sido tan disfrutada como lo fue para mí la escritura. Cuando vuelva y converse con ustedes, creo que podré darme cuenta quiénes leyeron, quiénes saben en qué anduve, qué hice y qué pensé por acá; y no sé si me dé el ánimo para estarme repitiendo los cuentos una y otra vez. Por último, a los que no hayan leído, los remitiré al Heidel-Blog, que seguirá juntando polvo virtual, incluso una vez que ya no esté aquí.


Un abrazo fuerte a todos,
Cristián

PS: como ya es costumbre, añado algunas fotos y links de videos sobre estos episodios.

Sarcófago del Doctor Subtilis, Johannes Duns Scotus (ca. 1266 - 1308), ubicado en la Minoritenkirche, Köln.

Para los que se quedaron metidos con el final de la Segunda Guerra Mundial: en Münster, el día sábado 18 de julio, las tropas inglesas de ocupación, tras 42 años de presencia en esta ciudad, se retiraron oficialmente, rindiéndole honores al alcalde de Münster. Casualmente y sin tener mucha idea, con la Antonia pasamos por ahí y registramos el momento. Recién en Berlin, Joaquín me hizo notar lo importante del momento que había vivido: parte de los aliados se retiran de las plazas alemanas ocupadas desde 1945. Algunas imágenes y videos:


http://www.youtube.com/watch?v=Q12Zu16Ou84
http://www.youtube.com/watch?v=3TLWUEsrm6Q
http://www.youtube.com/watch?v=Vro4ZnsZZBc


Niños jugando con los
Enten en los Hafen de Münster

Pedro Abelardo es un campeón para los franceses. Vaya a saber uno porqué... su estatua en la entrada del Louvre y su tumba en Pére Lachaise











En el Louvre encontré esta curiosa pintura: "La Victoria de Santo Tomás". Si la miran con atención, no sólo se encontrarán con Aristóteles y Platón (?) a su lado, sino a Averroes siendo aplastado por el Aquinate. (Pobre Comentator!!)


Dicen que Napoleón era - físicamente - pequeño. Si es verdad, entonces se las arregló muy bien para hacer creer a los franceses lo contrario. He aquí su tumba:

Par de videítos: bajo la Torre Eiffel y el Louvre

http://www.youtube.com/watch?v=fIIZzW0Ck4c
http://www.youtube.com/watch?v=SyIAXXTt65Q



Esta es para los que no se imaginan lo grande que es la Torre Eiffel:


(ahí estoy arriba recién del primer piso de tres)

sábado, 5 de julio de 2008

Una historia sencilla

No habrían sido alrededor de las 6 y tanto de la tarde cuando, dando la vuelta en una esquina probablemente familiar, me cruzo de improviso con aquella palabra embrujada: “Antiquariat”. Atraído, como siempre, ante tal constelación intenté identificar el umbral, distinguiéndolo de una ventana un tanto parecida, y enganché casualmente mi mirada con la de un antiguo señor, tras el vidrio y sus anteojos. Gesticulé mi intención de entrar y me abre levemente la puerta, comentándome: “ya estaba cerrando, pero si gusta puede entrar un momento”. Agradecido por el gesto entré al negocio, perfectamente disimulado desde afuera, cuyas paredes no dejaban espacio alguno para algo que no fueran libros. El dueño, perdido en la trastienda, ya no se sentía y me encontré solo en este templo encuadernado en forros antiguos, mas perfectamente conservados. Los tomos constituían un todo completo compacto con las paredes y el aire, un poco teñido por el olor a cuero viejo. Recorriendo con la vista los lomos, me llamó la atención el último de una corrida cercana al piso, entre las paredes de literatura e historia. El tomo parecía haber sido muy leído y tenía las esquinas gastadas. También algunos rastros de lápiz de tinta y algunas hojas arrugadas por el tiempo. Abriendo una página al azar, leí en alemán a partir el primer párrafo:


Dejando el otro libro en el escritorio, el grueso personaje volvió a alejarse del Dr. Wilhelm quien seguía embebido en sus observaciones. Miraba las páginas casi como tocándolas con la nariz, arreglando constantemente sus lentes, concentradísimo, como si desconectara una máquina sumamente peligrosa. Apareció nuevamente el asistente, esta vez portando una pequeña caja blanca de acrílico. Acercándose e interrumpiendo al académico se la ofreció, recitando en voz baja:

- Commentarius in decem libros aristotelis ethicorum ad nichomachum de un tal Oberto Giphanio.

- Giphanio.. Giphanio... – contestó el erudito sin levantar la vista - ¡Ah claro, Van Giffen! Excelente... ¿de qué año es?

- Este... eme... de... ve corta... – calculó el ayudante mirando la etiqueta de la caja – de 1508, impreso en Francoforte.

- ¡¿1508?! Víctor, ¿estás seguro?

- Sip

- No puede ser... – replicó sorprendido – ¡pásame ese tomo ahora!


El Dr. Wilhelm le quitó de las manos la caja cuadrada, abriéndola y tomando con sumo cuidado el volumen, al parecer muy leído y con las esquinas un tanto gastadas, quiso consultar por sí mismo el dato, constatando el pie de imprenta. Frunciendo el ceño intentaba leer los caracteres mal impresos y algo borrados por el uso. De súbito, como si hubiese hallado algo, le devolvió una mirada de reproche a su asistente.

- Víctor, ven acá

- Dígame doctor

- Acércate y dime, ¿qué número es ese?

- Eme... de.. ce.. mil seiscientos y... ve corta... palito palito palito... serían.. ocho.

- Exacto... mil seiscientos ocho – confirmó el investigador, enfatizando el seiscientos - ¡en mil quinientos ocho el maestro Huberto Van Giffen siquiera había nacido, hombre! ¡¿En dónde aprendiste a leer números romanos?!

- Ah... claro... eme de ce..., cierto... Si, bueno, lo que pasa es que en mi carrera no vimos mucho eso.

- Argh.. da igual. Mejor vuelve al mostrador y ve si el catálogo tiene algo más que ofrecernos.

- Si jefe, perdón... mil disculpas doctor, es que en mi ciudad no se usan mucho los números rumanos porque se confunden con las letras y las palabras. O sea, los números son números y las palabras palabras, al pan pan, vino vino, ¿me entiende?

- ¡Víctor, silencio! – le llamó la atención – Estamos en una biblioteca, no en el mercado. Ahórrate discursos y tráeme algo útil, mejor. Y los números son romanos, no rumanos. ¡Vuela!

- Si, perdón, perdón.

Con un suspiro de paciencia vuelve el Dr. Wilhelm al texto, examinándolo cuidadosamente. Tras tomar nota del título y el pie de imprenta, leyó rápidamente las epístolas introductorias, el índice y se dirigió rápidamente al punto de su interés: liber quintus, capitulus septimus. Notó que el latín de Giphenio era un tanto mejor y más desarrollado que el de sus predecesores: menos abreviaturas y romanismo. También tomaba muchos conceptos del griego, escribiéndolos incluso en sus caracteres helénicos correspondientes.

- No puede ser – se dijo en voz baja – que el maestro Giphanio haya sido el primero en plantearlo de esta manera – y se volvió a sus apuntes escritos con lápiz a mina – Todos sus contemporáneos, y para qué decir los humanistas anteriores, obviaron este punto y sus seguidores lo retoman. Gollius, Thomasius padre y hasta los mismos maestros de Coimbra lo leen de esa manera. Pero ¿cómo pueden haber leído las obras del maestro Giphanio, si fueron publicadas recién el 1608 en Frankfurt, años después de su muerte en la corte de Praga? O dicho de otra manera, ¿en qué universidad podrían haberlo enseñado, si se peleó con todos los jesuitas de Ingolstadt? Más aún, ¿cómo llegaron sus ideas a Coimbra, la otrora Atenas de la Societas Jesu? ¿Me lo puedes explicar Víctor? – dirigiéndose al asistente, quien volvía con una lista en la mano.

- Bueno... en realidad usted sabe que no me manejo mucho en esas cosas raras de la que usted habla tanto, pero quizás tenían un amigo de por ahí que llevó los libros... que viajaba mucho, como mis amigos cuando se van a la capital y traen música de...

- Pequeño Víctor, era una pregunta retórica. – replicó paciente – Mejor no contestes si no vas a aportar. ¿Qué traes ahí?

- Nuevos participantes: Speculum moralium de John Case, y una traducción de la Ética a Nicómaco, por Joachim Périon.

- John Case... si, Oxford. Probablemente no nos sirva de mucho. Estos ingleses siempre tan pegados a la letra, nunca tocarán las nubes de la metafísica. Y Périon... el gran Perionius. ¿Una traducción, me dijiste?

- Claro... pero que trae añadidos un comentario de Hermolaum Barbarum.

- Hermolaus Barbarus – corrigió el profesor – está en acusativo.

- Pero si termina en “um” como todam las palabram en latim.

- ¡No todas, bestia! ¿Es que no sabes nada? Sólo los sustantivos neutro singulares en nominativo y acusativo, o bien, como es el caso aquí, los sustantivos masculinos en acusativo. ¿Con quién aprendiste latín, imberbe?

- Yo solito nomás, me puse a hojear el linguam latinae y ahí aprendí.

- Sí, así veo. Se nota a la distancia que eres autodidacta, como un genio cualquiera. – ironizó el investigador – OK, consíguete que te entreguen el tomo de Périon que trae el comentario de Barbarus. Pero ¡con cuidado! Que nadie sospeche que lo estamos buscando a él y no a Aristóteles.

- Si, si sé... – y dio la media vuelta balbuceando – siempre con la misma tontera, como si a alguien le importaran las tremendas novedades que puede encontrar en un manuscrito del año XVI

El Dr. Wilhelm escuchó las murmuraciones de Víctor, mas no lo consideró gran cosa. Siempre se queja cuando cree no ser escuchado, pero da igual, pues recibe igual su salario, aunque no le guste. La aparición de Barbarus no estaba en sus planes, puesto que sólo podía significar una cosa: también habría habido una tradición de comentaristas a Aristóteles, no sólo en las filosofía de escuelas germana e inglesas, como ya se sabía, sino también una anterior en los humanistas italianos. Bien sabido era que Hermolaus había viajado mucho en su condición de diplomático y quizás pudo haber entrado en contacto con los estudioso bizantinos, quienes habían sido los primeros en atreverse a vertir al estagirita al latín – no las obras lógicas, como se saben, traducias por Boecio, sino las obra éticas y metafísicas – a mediados del siglo XV. Ahora, lo que sí parecía extraño era la adhesión del comentario a la traducción de Périon, filólogo francés de fines del XVI, quien fue de los primeros occidentales en traducir el corpus aristotelicum al latín. ¿Por qué añadir imprimir la Ética en latín con un comentario a ella, escrito 84 años antes sobre otra versión latina? ¿Quién habría querido imprimir eso? Cuando volviera Víctor con el ejemplar, tendría que indagar en los datos externos para intentar conseguir alguna pista: alguna carta, alguna anotación a mano, la casa editorial o algún otro rastro que hiciera algún sentido. Por un momento, el Dr. Wilhelm se preguntó qué objeto tenía todo esto. Mirando las paredes del caluroso cuarto de manuscritos e impresos antiguos, intentó encontrar en ellos una respuesta, no a sus específicas interrogantes, sino a la cuestión de fondo:

- ¿Qué hemos entendido todos estos años de Aristóteles? ¿Nos hemos dedicado a repetir o a repensar? ¿Habrá en alguna parte alguien que haya dado en el sentido profundo de estas distinciones? .... ¿¿Dónde diablos se metió este sujeto??


Lo siento – escuché de pronto – debo pedirle que se vaya, pues estamos cerrando y tengo una hora al médico.

sábado, 14 de junio de 2008

Mucho que contar ahora...

Hace algo más de dos semanas llegó uno de los momentos más esperados del viaje. Organizado por mi papá, y con mi silenciosa complicidad, a mi mamá le llegó de regalo de 35 años de matrimonio un viaje a Europa para ir por fin a Praga… y también pasar a ver al niño a Heidelberg (todavía se discute cuál de los dos es el motivo verdadero y cuál es la excusa). Tras la revelación de la sorpresa – por allá en marzo – y ‘todo lo que es’ preparativos, hace algo más de dos semanas llegó el día… y llegaron ellos. Pero claro, los lindos con media hora de retraso, así que llegaron en el tren siguiente al que deberían haber llegado. ¿Y no me he quedado yo dando vueltas por la estación buscándolos? Como dice la curiosa expresión, llegaron “sin novedad” -como si llegar no fuera en sí mismo una novedad- y nos dirigimos raudamente al hotel que tenían reservado para la primera noche. Alguna vez se me pasó por la cabeza – muy velozmente – que se podrían alojar conmigo, pero, si bien hay algo de espacio como para alojar gente acá, las condiciones hoteleras de la Europahaus no son, por así decirlo, las óptimas como para recibir a estrellas como mis papás.

I. Praga

Sin mayor mediación el segundo día de su llegada, partimos al local de Avis donde retiraríamos el auto que teníamos arrendado, donde ahí sí tuvimos algo de mediación, ya que nos estuvieron tramitando porque el auto que estaba pedido no tenía seguro para salir del país, lo que hacía irrealizable llevar a cabo nuestra travesía a Praga (que queda en otro país). Finalmente, tras tramitarnos, nos dieron otro auto, incluso mejor que el pedido inicialmente. Además – esto tiene que ser narrado – venía con una de esas cosas que nos saca en cara que seguimos siendo un país del tercer mundo: localizador GPS. Cual pehuenches con iPod, nos pusimos a jugar con la tontera, cuyo acento español y voz femenina (“vire a la izquierda en doscientos metros”) hizo que obligadamente fuera bautizada como “Alicia”. Más encima, mostraba en pantalla un mapa de dónde estábamos, dónde queríamos llegar y todo el camino. Una maravilla.

(Se recomienda, en la medida de lo posible, tener un mapa a mano para ubicarse en los próximos pasos)

Arriba de nuestro Renault Scénic y con la irremplazable ayuda de Alicia, le dijimos “vamos a Praga” y de inmediato nos trazó un camino desde el local de Avis en Heidelberg hasta el centro de Praga. Así, emprendimos camino a través de la impresionante red de carreteras alemanas, en las cuales: a) no hay peajes, b) no hay límite de velocidad. Viajando tranquilos, digamos a unos 140 km/h, salimos de Heidelberg, cruzamos Baden-Württemberg hacia el este y entramos en Bayern, donde hicimos una pausa para almorzar un poco más al norte de Regensburg. Al igual que Marco Polo, seguimos en dirección al Oriente hasta que entramos en República Checa. Como este país, si bien todavía no pertenece a la Unión Europea, pero sí está muy avanzado en el proceso de hacerse miembro, no había parada en la frontera. No obstante, de entradita tuvimos algunos detalles: teníamos que comprar un permiso para circular mientras estuviéramos on the (czech) road y teníamos que tener algunas coronas- todavía no cambian a euros los muy… - cosa que fue casi imposible, considerando que en los centros de servicio no se habla inglés ni alemán. No obstante, seguimos en nuestro camino a la gloriosa Praga, cuyas torres y cúpulas empezamos a divisar alrededor de las 5 ó 6 de la tarde. Con la ayuda de Alicia no fue difícil identificar dónde quedaba el hotel, en la céntrica calle de Vinořadska. Lo que fue difícil, y lo siguió siendo hasta el final del viaje, fue estacionarse: o sea... tú cachai po, estacionarse en Praga es imposible, ¡un cacho!

No voy a hacer una reconstrucción detallada de cada uno de los días o de cada una de las Sehenswürdigkeiten que visitamos, pero sí algunas apreciaciones generales. Praga sigue bastante parecida a como estaba cuando la visité el 2006 (si una de las gracias de la ciudad es que se ha conservado prácticamente intacta a lo largo de varios siglos, mínimo entonces que se conserve dos años, ¿no?). Por lo mismo, sigue teniendo ese encanto de estar pisando un poco de historia – y de historia importante – en cada momento; ese encanto de estar conviviendo con varios siglos alrededor. Pero también tiene cosas menos encantadoras como el impronunciable checo – y mucho menos comprensible – o el verdadero exceso de turistas. No es por dármela ashí del intelectualsh que she queja de la comershialishashión de la shiudad, pero llega a ser realmente desagradable el número – y no menos la calidad – de los turistas, como también lo adaptado-a-los-turistas que es el centro de la ciudad. Claro, es agradable que pueda llegar a un restaurant y pedir algo de comida en inglés, en vez de tener que jugar a las señas con el mozo, pero es otra cosa entrar a alguno de los infinitos negocios de souvenirs – con prácticamente los mismos souvenirs en todos lados (cfr. foto) – y que salte el vendedor a decirte hola en todos los idiomas que sabe hasta que le contestes: “Hello… hallo... buona sera… kháire … bon jour... salve viator… oshi toko… hola...” “hola!, ¿cuánto cuesta esto?”.

Las ‘atracciones’ que visitamos con mis papás fueron sobre todo las grandes construcciones del centro antiguo de la ciudad: la torre del reloj y la plaza de la ciudad vieja, el castillo y la catedral de San Vito, el increíble puente de Carlos IV, el barrio judío, la Torre Petrina – versión checa de la Torre Eiffel–, las infinitas iglesias que están sembradas a ambos lados del Moldava – lo que es terriblemente irónico considerando que actualmente un 75% de la población checa son ateos –, aunque también tuvimos algunas salidas menos tradicionales. Dado que estábamos quedándonos en una calle céntrica, pero del centro menos-turístico de la ciudad, por ahí nos fuimos a meter a un restaurant – que pasaba más bien por una de las nuestras “fuente de soda” – donde vimos checos de verdad, cerveceando y gritándose. Como esos dos ciegos que estaban un par de mesas más atrás que nosotros y que, por lo visto, llevaban ya varias cervezas en el cuerpo siendo las 2 de la tarde. Otra de las salidas folklóricas fue al Český Pivní Festival, esto es, al Festival Checo de la Cerveza, que se estaba llevando a cabo en el recinto ferial de Holešovice, al norte de Praga. Dado que Alicia nos llevaba a todos lados, pudimos llegar allá y servirnos un buen plato de comida típica – tanto o quizás aún más pesada que la comida alemana –, con un buen par de cervezas checas, servido todo esto por una muy buena lolita checa de nombre “Bara”, vestida igual que la del afiche, siendo bastante mejor y más jovencita que la modelo y que se sorprendió tremendamente cuando le dijimos que veníamos de Chile. Lamentablemente, no se dieron las cosas para haber seguido profundizando tan enriquecedor intercambio cultural. A propósito de intercambios cultural, tuvimos la (¿mala?) suerte que justo en la mitad de nuestra visita a Praga, se jugaba un partido República Checa – Escocia. Esto significó que desde el sábado en la tarde empezamos a ver esporádicamente tipos, usualmente grandes y gruesos, en grupo y gritones, vestidos con la camiseta de Escocia y usando las típicas falditas escocesas. Paulatinamente empezaron a verse cada vez más de estos tipos o grupos de tipos, en el metro, en las calles, sobretodo en los bares y en las plazas. El domingo mismo la situación ya empezó a tomar ribetes de invasión: la plaza de la ciudad antigua de Praga literalmente llena de guatones en faldita, “cantando” “canciones” de estadio, sacando gaitas y bailando. Todo esto lubricado por varios galones de cerveza. Por nuca.

Algunos momentos inmortales: los comentarios de mi mamá del estilo: “Uy.. pero qué bonito es todo esto, las casas, el cielo, los colores…. ¡Como no se le ha ocurrido a un gringo hacer un
casino inspirado en Praga en Las Vegas!"; la concentración y dedicación de los profesionales de las bolitas en la final del campeonato nacional checo, que se estaba jugando en los parques de Petrina; la saturación de señoras piadosas latinoamericanas – mamá incluida – en la tienda de la Iglesia del Niño Jesús de Praga; mi encuentro fortuito con cuatro chilenas top, que se encontraban disfrutando su viaje por Europa post-titulación – conversando un poco llegamos lógicamente a encontrar gente en común – ; el diálogo imposible con el metalero checo que estaba en la entrada del festival de cerveza; el claustrofóbico ascenso en escaleras de caracol al campanario de S. Vito, y muchos otros.

II. De vuelta a Alemania

a) Salimos de Praga sin ganas de volvernos directamente hacia Heidelberg, sino de pasar por algún lado entremedio. Inicialmente habíamos pensado en Salzburg, pero después se nos olvidó y elegimos volver por la parte oriental de Alemania, la ex DDR o RDA. Así, nuestro primer destino fue la ciudadita de Jena, ciudad universitaria en algún momento famosa por la presencia de varios ‘top ten’ del idealismo alemán, como Schelling, Schlegel, Herder, algún Humboldt, el mismísimo Hegel cuando más lolito, etc. Hoy por hoy, sigue siendo pequeña y universitaria, pero más volcada al lado químico, botánico y físico. Llama la atención, al medio de esta localidad más bien chiquitita, una torre redonda de vidrio de 30 pisos plantada al medio medio de la ciudad, casi como un mango gigante para que Dios tome la tierra. Subiendo ahí se pudieron tomar unas aéreas maravillosas, como acusarán las fotos.

b) Tras almorzar subimos a nuestro bólido y nos aventuramos hacia el próximo destino que Alicia nos indicó: Weimar (se pronuncia [váimar]). Ciudad chica, conocida por haber sido también parte del núcleo del romanticismo – allí vivieron por largo tiempo Schiller y Goethe – y por haber sido la sede del gobierno parlamentario después de la primera guerra – la así llamada “República de Weimar” – en la que nos bajamos y recorrimos, tomamos helado y callejeamos bastante. Quizás más chica que Jena, pero al parecer más señorial y más ‘glamorosa’, por haber sido centro de gobierno. Como es costumbre en Alemania, estaba llena de carteles recordando el pasado glorioso de sus edificios: “En este edificio se constituyó el parlamento de Sajonia y Turingia entre los años 1867 y 1919”, “Aquí vivió Schiller entre septiembre de 1796 y enero de 1799”, “En este parque está prohibido estacionarse” y tantos otros recordatorios para mantener viva la memoria histórica, algo que los alemanes saben hacer muy bien. Por momentos, demasiado bien.

c) El siguiente destino que le enchufamos a Alicia fue Erfurt, ciudad reconocida por su gloria medieval… y por haber sabido mantenerla; es una de las ciudades más importantes de la Alemania Oriental, junto con Leipzig y Dresden, y nos pareció interesante, sobre todo por su Altstadt, donde se conservan muchas construcciones medievales: iglesias, monasterios, las famosas casas sobre el río, etc. Tras dar un par de vueltas sin destino para encontrar un hotel – que no nos cobrara demasiado caro por además querer estacionar el auto – finalmente dimos con uno y pasamos ahí la noche. Justo al frente estaba el “monasterio de los descalzos”, que ahora – tras la segunda guerra mundial – son ruinas que se usan como teatro.

d) Levantándonos no tan al alba y tras desmantelar el buffet del desayuno del hotel, tomamos el auto, le apretamos la guatita a Alicia para que nos llevar a Rothenburg ob der Tauber, ciudad conocida mundialmente – sobre todo en China y Japón – por ser un pueblo medieval, amurallado y conservado tal cual era hace unos 400 años por lo menos. Tal vez en ese entonces había menos turistas – sobre todo orientales – y menos tiendas de figuritas de madera, que fueron un motivo de entusiasmo permanente para mi mamá. La ciudad es casi entera peatonal, de callejones chicos y estrechos, chuecos y empinados, lo que hace las maravillas de quienes la visitamos, salvo los que andábamos con el cachito del auto. Por algún motivo que todavía intentamos averiguar, la ciudad estaba literalmente llena de orientales, al punto que los carteles – “no tocar”, “no fumar”, “no alimente a los muñecos”, etc. – estaban escritos en alemán y en japonés. En las tiendas no era raro encontrar al menos una empleada oriental y en las calles se veían hordas de orientales. No sé si Rothenburg tenga algo así como un “tratado de libre turismo” con el Partido Comunista Chino o con la Toyota, pero nunca me había tocado ver tanto chino/japonés junto.

III. Heidelberg, sweet home.

Tras almorzar y dar un par de vueltas, retomamos el auto y le pedimos a Alicia que nos condujera a casa. Ya estábamos en la entrada de Baden-Württemberg, así que fue rapidito el camino de vuelta, casi en línea recta. Ubicado el matrimonio Rodríguez Rodríguez en el hotel – a unas tres cuadras de la Europahaus – nos distribuimos, para el día martes juntarnos temprano y hacer dos de los paseos clásicos de Heidelberg: el castillo y el Philosophenweg (el camino de los filósofos). La subida al castillo – hecha en auto pierde el sudor del caminante – fue muy bonita, ya que permite, no sólo tener una vista privilegiada de la ciudad y del valle del Neckar, sino también ver el castillo mismo, testigo mudo – y bastante apaleado, hay que decirlo – de la historia de los últimos cinco siglos de Heidelberg. Construido, explotado y reconstruido a medias de nuevo, no sólo es impactante sus construcciones, sino también sus torres derruidas y galerías medio abiertas. Ahí también están – sepa Dios por qué ahí – el Museo Farmacéutico alemán y el tonel de cerveza más grande del mundo, que puede contener en su interior algo así como 2.800 galones. Dejamos las paredes de piedra rojiza para aventurarnos a cruzar el río y trepar – en auto, media gracia – al Philosophenweg, llamado así porque por ahí –cuenta la leyenda – paseaban Hölderlin y Eichendorff, quienes en realidad eran poetas y no filósofos. Pero seguro que el nombre Philosophenweg es más shic, así que lo dejaron así. En realidad, la única gracia de este Weg es la vista que tiene de la ciudad y el contacto con la naturaleza, sobre todo con los bichos y el polen, que debe ser un gran amigo de los heidelbergenses alérgicos. Muy bonito, pero en sí mismo, no tiene tanta gracia, sino lo que más se aprecia, es la vista al castillo… o sea, de donde veníamos recién.

Varios días, incluso semanas, antes de que llegaran mis papás, yo había levantado la moción en el parlamento de mi casa que hiciéramos una comida con ellos. Las chiquillas accedieron y el día fijado fue ese martes. Haríamos una comida típicamente alemana – métale Maultaschen con cebolla y salchichas de las grandes – y sería la mejor manera para que mis papás conocieran a mis cuatro convivientes en su hábitat natural. Fueron instruidas para que se portaran decentemente, se vistieran como la gente, atendieran a las visitas y no presentaran comentarios ni olores desagradables. La comida fue todo un éxito: los invitados felices, las anfitrionas encantadas y yo al medio. Ahí salieron los típicos comentarios estilo “Ay, si... es que Cristián es tan regalón” (mamá); “Si, en realidad es más flojo, nunca hace nada” (Cony o Carla) mientras yo masticaba y me limitaba a esbozar una sonrisa. Después de irse mis papás, fue tanta la buena onda, que salimos los cinco convivientes juntos a carretear, aunque fuera un martes. Y perdí mi celular. Genial.

Los días restantes, miércoles y jueves, fueron repartidos entre mis obligaciones universitarias y estar con mis papás: ellos solos anduvieron usando el auto para recorrer los alrededores (Schwetzingen, donde ya había estado yo; remontando el Neckar hasta Hirschhorn, donde todavía no he estado) y también hicimos el obligado tour por el Altstadt, paseando por la Hauptstrasse, varios de los edificios de la Universidad, las distintas iglesias, el famoso Alte Brücke (puente antiguo). El viernes teníamos la idea de ir a alguna misa antes que partieran los viajeros de vuelta, y encontramos que había una a las 9:30 de la mañana en Handschuheim, un barrio residencial al norte de Heidelberg. La misa no era en la iglesia, como esperábamos, sino en un hogar de ancianos a cargo de la parroquia. Eso habría de ser decisivo. Entramos preguntando por la capilla y llegamos a una sala cuadrada, con cerca de 25 personas; promedio de edad 72 años. Estimo que unas 5 a 8 estaban en silla de ruedas. Claramente no pasamos piola. Durante la misa pasaban cosas bien pintorescas, como que de repente algún viejo medio sordo respondiera gritando, o otra – más loca que vieja – se ponía a hacer ruidos raros con la silla. Como era de esperarse, en ningún minuto -ni siquiera en la comunión nadie se puso de pie. Por ahí a alguna le dio algo así como un pequeño espasmo, a lo que salió la enfermera corriendo a atajarla. Todo esto mientras el sacerdote se mandaba una tremenda prédica sobre la renovación de la Iglesia siguiendo el ejemplo de San Norberto de Xantes (y no es chiste). Una vez terminada la misa, obviamente nos atajaron y nos interrogaron, más por curiosidad que por otra cosa, y se sorprendieron mucho de la situación: un chilenito que estuviera estudiando acá y que vinieran sus papás a verlo, y que se metieran los tres en una misa un viernes en la mañana en un hogar de ancianos. No sé de qué se sorprenden… es lo más normal del mundo, ¿o no?

Sin mayores sobresaltos, los viajeros prepararon sus maletas – en las que yo mandé parte importante de la biblioteca que he estado comprando/fotocopiando acá – y los dejé arriba del tren a Frankfurt, dando el cierre a un episodio definitivamente especial en todo este viaje. Sin duda que fue un tremendo paréntesis en mi estadía estar con ellos, poder compartir con ellos directamente las particularidades de vivir acá, al mismo tiempo que me actualizaron de cómo andan las cosas por allá –además de traer manjar, pisco, leche condensada y otro encarguillos –. De alguna manera, fue como volver a Chile estando acá y, si bien fue bien agotador para mí tener que estar dividiéndome entre las tareas hogareñas, las obligaciones de la universidad y la atención a mis papás, definitivamente valió la pena y marca un antes y un después en mi semestre acá. Los que tengan la posibilidad de hablar con ellos, podrán escuchar su versión de los distintos acontecimientos acá narrados e intercambiar impresiones.

Como si todas estas aventuras y sucesos fueran pocos, afírmense a lo que viene. Hacía meses – incluso antes de venirme – que yo tenía programado ir a las jornadas “Heidegger und Religion” que se iban a llevar a cabo del 4 al 7 de junio en Messkirch, el pueblo donde nació Heidegger, perdido en la selva negra, al suroeste de Alemania. No sólo porque me interesara el tema, sino también porque allí habría de hacer una presentación la Diana Aurenque, sobre algún aspecto de los que está haciendo su tesis doctoral en Freiburg. A las pocas horas que se fueron mis papás, me fui en tren a Freiburg, donde me encontraría con Jorge Torres – ya ha aparecido varias veces, así que deberían saber de quién se trata – y partiríamos el sábado temprano a este famoso pueblito. Bueno, en realidad es famoso porque ahí nació Heidegger y porque ahí está enterrado. Nada más. Al punto que ni siquiera tiene estación de trenes. Eso, y el hecho que este pueblo estuviera metido literalmente al medio de la selva negra, hacía difícil – y finalmente hizo imposible – que uno pueda llegar fácilmente. Tras varias horas arriba de varios trenes distintos – ya me he quejado otras veces de esto – llegamos al “pueblo importante” más cerca de Messkirch (Stockach) para recibir la noticia que el último de los tres buses que llegaba allí había salido hacía 30 minutos. O sea, nos quedamos al medio de la nada y sin ninguna posibilidad de llegar al pueblucho donde a Heidegger se le ocurrió ser arrojado. Menos posibilidad todavía de llegar para la conferencia de la Diana. Ya eran alrededor de las 4 de la tarde y habíamos salido tipo 10 am. Rehaciendo parte del camino andado, con Jorge decidimos que podría ser interesante, y para aprovechar el viaje, volver a Freiburg pero por Basilea, Suiza, ya que todos los trenes nos hacían pasar por ahí. En efecto, haciendo las combinaciones respectivas, llegamos a Basilea alrededor de las 7 de la tarde y teníamos el plan de dar un par de vueltas por la ciudad, sobre todo para llegar contando que habíamos estado en Suiza. Magro error. Saliendo de los andenes de la estación pasamos por un simpático puesto de la aduana, donde, al vernos las caras, nos piden papeles. Como no teníamos presupuestada esta salida de Alemania, ninguno andaba con pasaporte. Entregamos lo que tuviéramos con nuestra identidad, y nos revisaron en el sistema computacional. Ahí empezaron los problemas: según el sistema – o según el policía que lo leyó – mi visa estaba vencida desde el 17 de mayo, cosa que era errada dado que la había renovado hasta el 31 de agosto. Pero claro, si no tenía el pasaporte, era mi palabra contra la suya. Dado que, hasta que se demostrara lo contrario, yo había sido encontrado como ilegal, quedaba detenido en la estación. No quería ni imaginarme qué tipo de aventuras podría llegar a contar tras pasar varias horas detenido en una celda de la policía suiza, menos un sábado en la noche. Opciones para salir de este problema: mandar a Jorge a Heidelberg – lo que podría haber tomado hasta la mañana del día siguiente – y que recogiera el pasaporte y lo llevara a Basilea; o bien, que intentara ubicar por teléfono –pero no el mío, porque lo perdí el martes pasado – a alguna de las chiquillas, que rompiera el cajón donde tengo el pasaporte con llave y lo llevara a alguna estación de policía en Heidelberg, que llamaran a Basilea y me soltaran. Con tantas emociones y contradicciones en la cabeza, no sabíamos bien qué íbamos a hacer. Cuando, de llevarnos de una oficina a otra, algún policía empieza a revisar en el computador qué es lo que está fallando y se da cuenta que... oh sorpresa, tengo visa válida hasta el 31 de agosto!! Acto seguido nos sueltan, lógicamente sin pedir perdón ni olvido, pero no nos dejaron entrar a la ciudad de Basilea, porque no andamos con pasaporte y no somos de la UE, así que nos quedó un buen rato de espera y meditación en los andenes de la estación. Como es de imaginarse, con tanto jaleo perdimos la combinación de trenes y tuvimos que tomar el siguiente, varias horas más tarde. Finalmente llegamos a Freiburg de vuelta alrededor de las 12 de la noche, sin haber estado en ninguna parte durante todo el día: der ganze Tag unterwegs.

Sin contar el frustrado viaje a Messkirch y la cuasi-detención en Basilea y la visita de mis papás, no hay mucho que contar. Por acá se retoma el ritmo normal de las clases, y en estos minutos me encuentro preparando otro Referat, pero no sobre Neruda sino esta vez, sobre El Injenioso Fijosdalgo Don Quixote de La Mancha. ¿Por qué del Quijote? Ni idea. Será porque me gusta, porque me parece tremendamente interesante esto de ser tan idealista entre el absurdo y el Absoluto, porque es flaco, porque es conocido. Además, cabe mencionar que por acá está todo el mundo revolucionado con la Europa-Meisterschaft o Eurocopa. Los partidos se dan, no sólo en prácticamente todos los bares, sino también en pantalla gigante en el comedor de la universidad, al aire libre, aunque esté lloviendo – estas malditas lluvias de verano – o haya sol. Para los partidos de Alemania terminan no dejando entrar a más gente, porque se colapsa. La gente anda vestida con las poleras de sus países, los colores pintados en la cara y los autos con banderas. Además, como Heidelberg, sobre todo por la universidad, es una ciudad altamente internacionalizada, en todos los partidos hay una tremenda barra de los dos equipos que están jugando. Por ejemplo, ayer en el partido Italia – Rumania, no sólo estaba lleno de italianos, cosa esperable al ser la segunda colonia más grande en Alemania después de los turcos, sino también una barra considerable de rumanos, con poleras, gorros y banderas. Más encima, metían mucho más ruidos que los italianos: cosa inesperada.

Calculando que ya me van quedando un par de meses acá, me doy cuenta que es probablemente la primera vez en todo el viaje que no tengo nada programado de aquí a que me vaya. O sea, sólo me resta seguir y terminar los cursos. Obviamente tengo ganas de hacer otras cosas, viajes, visitas a profesores en otras universidades, paseos, etc. pero en concreto no tengo nada programado, sobre todo porque no tengo claro aún cómo se viene la cosa cuando terminen las clases a principios de julio: exámenes, trabajos, etc. Pero bueno, ya me las arreglaré para estar haciendo alguna cosa digna de contarse y mantener con algo de contenido el blogcillo. En todo caso, esta vez he escrito suficientemente largo para cubrir la demora de no haber escrito en al menos unas tres semanas. Como siempre, estaré expectante a sus comentarios y mails, que en el último tiempo han estado escaseando. A ver si los fieles que han llegado hasta acá en la lectura, se manifiestan con un emilio para consolar al pobre autor que por momentos tiene la quijotesca sensación de escribir para que nadie lo lea. Pero de manera igualmente quijotesca, sigo escribiendo:

- ¿Qué diablos de venganza hemos de tomar – respondió Sancho –, si éstos son más de veinte y nosotros no más de dos, y aun quizá nosotros sino uno y medio?

-Sancho, yo valgo por ciento.


Un fuerte abrazo desde la calurosa – mas indecisa – Heidelberg,
Cristián

PS: un par de fotos notables...

CRO y CRR reflexionando una eventual conversión al judaísmo tras la reciente visita al barrio judío de Praga.

AMRV y CRR levemente sorprendidos ante las atracciones turísticas.


CRR intenta registrar el infinito desde el campanario de la Catedral de St. Vito, Praga.

Conmovedora imagen: afiche a la entrada del "Museum of Communism" al frente de un McDonald´s en Praga. (Espero mínimo ganarme el World Press Photo con una toma como esta, no?)