lunes, 28 de julio de 2008

Un mes como pocos

No es que se me haya olvidado escribir en español. No es tampoco que me haya olvidado del blog. Mucho menos es que no haya tenido la intención de hacerlo. Es que no tuve tiempo nada más. Recién esta semana vengo cerrando un mes bastante ajetreado desde la última publicación, cuyo limitado o escaso éxito – por no decir nulo o definitivamente inexistente – sólo es comparable a las cantidades de placer que puede producir la audición concentrada el último disco de Julio Iglesias. Hago, entonces, una revisión rápida del último mes para luego concentrarme en las últimas dos semanas; por lejos, de las más interesantes del semestre.

Hacia principios de julio, mientras mis contemporáneos en Chile daban pruebas, rendían exámenes y se despedían del semestre, yo tenía clases normalmente. Pero ya hacia mediados del mes, empezó a sentirse en el aire un nivel un tantito mayor de densidad: el así llamado “síndrome del fin de semestre” tiene, por lo visto, las características de ser un cuadro universal, encontrándose presente hasta en los países más alemanes de Europa. Como por ejemplo, Alemania. Además, considerando el hecho que durante el semestre no se hacen muchas evaluaciones – a lo más, una exposición o interrogación oral – al final se acumula el estudio, sobre todo cuando no se ha estudiado mucho a lo largo del semestre. Así entonces, como si fuera un ser humano más, me tocó también cerrar el semestre: examen escrito de traducción del latín y examen oral, que providencialmente, correspondía al curso que yo venía haciendo con una profesora española, quien me ofreció dar el examen en español. Lo pensé cerca de 0.013 segundos antes de aceptar. Después de haber contado con una performance bastante aceptable en ambas evaluaciones, se viene lo entretenido: hace un tiempo ya venía planificando un viaje, con motivos, por así llamarlo, académico-turísticos. Esto es, visitaría cuatro ciudades, dos por placer y dos por asuntos académicos – sin perjuicio que igualmente éstos resulten placenteros ,como es nuestro caso – y todo esto en el marco de 10 días. Tras hacer los contactos correspondientes, las reservas y coordinaciones del caso, las encomendaciones a san Rafael, protector de los viajeros, y a san Garriel, protector de los viajes en tren, partí el día miércoles 17 de julio con destino a Köln, también llamada por los romanos Colonia, puesto que era una colonia. Además, de ahí proviene originalmente el nombre de “eau de cologne”, o sea, colonia.

(Con este tipo de datos se cae por el suelo todas aquellas teorías etimológicas que plantean que el término “colonizar” se tome por la llegada de Colón, o según otros autores más audaces, por las afecciones intestinales de algunos conquitadores.)

I

Dentro de la distinción hecha supra, el viaje a Köln caía en la categoría de “académico”, puesto que iba exclusivamente a conocer el Thomas-Institut, uno de los centros más importantes – si no el más importante – de investigación en filosofía medieval, y también a conocer personalmente al Herr Prof. Dr. Dr. h. c. Andreas Speer (no estoy exagerando: usa todos esos títulos), quien es considerado como uno de los medievalistas más importantes de la actualidad. Si sé que en ningún caso tiene la solemnidad de asistir a una audiencia con el Papa, el glamour de asistir a una gala en Cannes, la emoción de tomarse un café con George Clooney, o la gloria de esperar varias horas afuera del Hotel O’Higgins para ver de cerca a ídolos tan grandes como Marco Antonio Solís o Maura Rivera. Sin embargo para los seres curiosos en esta área, resulta especialmente importante. Así, Dr. Dr. h. c. Speer me recibió en su despacho, digamos, unas 5 horas después de lo que habíamos planteado en un principio (me tuvo esperando de 10 am hasta las 3 aprox.). No obstante, habiendo viajado exclusivamente a eso, poco me importaba esperar y en la biblioteca del Thomas-Institut había suficiente material como para entretenerme unas 3 ó 4... décadas. ¡Qué biblioteca! (lo que se ve en la foto es sólo unpasillo: deben haber habido unas 6 u 8 salas con las paredes tan llenas de libros como ese pasillo). Lo más simpático de todo esto era el mismo Speer: un tipo muy sencillo, vestido con polera y chalas – y, si bien no lo recuerdo, asumo que alguna especie de pantalón –, muy buena onda y me recibió con mucha amabilidad. Conversamos un muy buen rato – tanto así que por el atraso perdí mi conexión a mi próximo viaje – hablando de filosofía y filósofos, de lo humano, lo divino y lo que cae esporádicamente entremedio, como también sobre eventuales posibilidades de doctorarme por allá, opción que tras la conversación quedó francamente abierta, aunque sin compromisos. Por lo demás, también me dio algunos datos de becas que no tenía en mis registros. En resumen, a pesar de la espera de varias horas y del atraso del viaje, la entrevista con el Herr Prof. Dr. Dr. h. c. fue todo un éxito. Con esto ya quedó el contacto hecho para cualquier necesidad futura, lo que incluye, si me piace, hacer un doctorado con él.

II

Literalmente corriendo desde el Thomas-Institut, intenté alcanzar al tipo alemán - un tal Günther, como casi todo alemán - que me llevaría en auto hasta Münster, mi próxima parada. Mas, llegué 20 minutos después de la hora programada. Y eso, señoras y señores, acá no se perdona. La mejor alternativa fue tomarme un tren, que salió más fácil y barato de lo que pensaba, y así, el día jueves 18 alrededor de las 21 horas ya estaba llegando pisando la estación. Allí me esperaba Antonia (izq. en la foto), quienes los lectores más fieles recordarán como la alemana, polola de Jorge Peralta, junto a quien fuera encontrada una noche en las calles de Heidelberg por los habitantes de la Europahaus e invitada a que cohabitaran con nosotros. Así, le cobré la mano de vuelta y me habría de recibir en Münster los días que yo fuera. Este viaje cae, como podrán apreciar, en el orden de los viajes por placer. Confieso que he sido grotescamente regaloneado por la Antonia: no sólo me recibió en su casa, sino que me dejó su cama, me cocinó –ante mi negativa tajante, logróme empero convencer–, me paseó por todas partes, me presentó con todo su grupo de amigos, especialmente sus tres Mitbewohnerinnen (convivientes mujeres), con quienes lo pasamos muy bien todo el fin de semana. Disfrutamos del indómito clima monasterense – en Münster, debido a las condiciones geográficas de sus alrededores, está nublado cerca de tres cuartos del año, usualmente con precipitaciones –, recorrimos la ciudad, refutamos las leyes de la inducción, vimos, sin saberlo con certeza, el final de la segunda guerra mundial (cf. explicación e imágenes más abajo), paseamos por el Promenade y su feria de las pulgas nocturna, entre varias otras cosas. Además fue un rato muy agradable con la Antonia, a pesar que nos habíamos conocido y conversado sólo aquella vez en Heidelberg, nos llevamos como si fuésemos amigos de toda la vida. También su grupo de amigos era muy entretenido, siendo la casa un constante entrar y salir de distinta gente –amigas de las residentes, algunos pololos u otros amigos hombres – por lo que la cocina, centro social, pasaba literalmente llena. Por algún motivo que no logramos comprender, aunque la explicación más factible parece ser “por moda”, prácticamente toda esta gente, o bien sabía español, o había estado en Chile o en otros lugares de Latinoamérica por distintos motivos – servicio social, visita, intercambio, prácticas, etc. – por lo que llegara un chilenito no era en absoluto exótico. No obstante lo anterior, hablamos constantemente en alemán. Y “alemán lolo”, dialecto en el cual, a estas alturas, ya me encuentro un tanto iniciado, sin perjuicio de que me quede colgado algunas veces, o bien, que me miren un tanto extrañados y riéndose cuando ocupo alguna expresión más popular. (Imagínense la misma situación cuando un gringo dice algo como “si te cacho po” con acento marcadamente extranjero).

III

Tras un emocionado desayuno de despedida (?), la Antonia me dejó arriba del tren que me llevaría a mi siguiente destino: Berlin. ¡Berlin! Ciudad cuyo símbolo es un oso, pero no tiene más osos que en los zoológicos y las tiendas de peluches, ciudad capital federal de Alemania, testigo en carne propia de la esencia misma de la guerra fría, que en su caso, se expresó de una manera inquietantemente concreta. De hecho, sin ir más lejos, me estuve alojando en Berlin oriental, a sólo un par de cuadras de la impactante Karl-Marx-Allee, cuyo sólo nombre y arquitectura de sus edificios nos hace recordar un soviético régimen que anduvo por la zona. Berlin, ciudad inagotable, que ya tuve la fortuna de visitar dos veces el 2006, y que ahora me recibía por motivos académicos: allí me habría de reunir con el Dr. Joaquín García-Huidobro, con quien hace un tiempo ya me encuentro trabajando en su proyecto sobre la recepción de la distinción aristotélica entre “justo natural” y “justo legal”. Para eso hemos estado rescatando autores desconocidos que han tratado este tema, sobre todo en los períodos medieval, renacentista y moderno temprano (ss. XIII – XVII), aunque sin obviar aportes tan relevantes como el del el glorioso Miguel de Éfeso, el inigualable John Buridan o el históricamente maltratado Teophilos Gollium, por sólo nombrar algunos de los conocidos. Tampoco olvidamos a best sellers de antaño como Jacques LeFevre – cuya introducción a la ética tuvo más de 30 impresiones en los primeros quince años desde su publicación, por allá en el 1497 –, el estimado maestro Hubert van Giffen, el polémico doctor y filósofo John Case, o autores ya consagrados como Nicolás de Oresme, Philip Melanchton, o el mismísimo Averroes (quien logre adivinar cuál de todos los mencionados es el que aparece en la foto, se gana un premio directo desde Alemania)

Nos encontraríamos en Berlin para estrujar las bibliotecas de allá: la Staatsbibliothek (Biblioteca Nacional, en la foto), que fue nuestro centro de operaciones, y las bibliotecas universitarias de la Freie-Universität y de la Humbold-Univeristät. Como cabro chico en tienda de juguetes me tocó meterme en estas tremendas moles a buscar todo lo que nos pudiera servir para nuestra investigación. En la tarde volvía a juntarme con Joaquín y entregarle varios kilos de fotocopias de mis resultados. Así fueron varios días en la búsqueda del comentario perdido de Alberto de Sajonia a la Ética de Aristóteles- de cuya existencia sólo da cuenta una tesis doctoral publicada en 1923, que tampoco pudimos encontrar –, en la investigación sobre la cronología de los distintos comentarios a la Ética que hizo Alberto Magno, en la averiguación de quién realmente fue el que hizo la paráfrasis de la Ética atribuida erróneamente a Andrónico de Rodas, y otros temas por momentos más históricos que filosóficos propiamente tal. Y en este caso también: aunque no tenga la pasión de bailar una salsa con Jennifer López, lo romántico – y caro – de un paseo en góndola por Venecia, o lo exhuberante de ganarse una once con Luis Dimas, todo esto de la investigación en Berlin fue muy entretenido y muy formativo también. Allí estuve en total 5 días, desde el sábado 19 hasta el miércoles 23.

IV

Como ya se venía convirtiendo en la tónica, llegué apurado y al justo al aeropuerto para salir de Berlin. Baste decir que llegué 4 minutos antes que se cerrara el counter. Mi próximo destino –turístico– era una conocida ciudad al centro de Francia, famosa por sus panes, sus quesos y algunos edificios. Inicialmente la llamaban Lutecia (o Lutetia), pero ya hacia el siglo IX se encuentran algunos registros, en los cuales se ve claramente que sus habitantes tomaban ya la costumbre de llamarse a sí mismos “los de Paris”. Posteriormente, Paris pasó a llamarse con el nombre que la conocemos hoy, o sea Paris. Allí fui recibido por Pepe De Toro, amigo mío quien está doctorándose allá sobre historiografía medieval, intentando mostrar, a partir de crónicas universales del siglo XII, que los historiadores de esa época tenían una noción de la historia mucho más científica y técnica de lo que usualmente asumen los estudiosos actuales. Paris, al igual que Berlin y otras ciudades, recibe con toda propiedad el epíteto de ser una de las “capitales del mundo”, en el sentido que, nos guste o no, es una de las pocas ciudades en las que se lleva la delantera y que las demás sólo pueden ir siguiendo. Y no sólo en un sentido de modas, vanguardias estéticas, filosóficas o tecnológicas, sino también en un sentido histórico: en Paris hoy se está haciendo la historia y se están trazando las líneas de hacia dónde va la historia. Para el resto, sólo nos quedaría intentar ser una oposición a tal delantera, o bien unirnos a ella. Pero el punto es que son las ciudades del mundo que no le son indiferentes a nadie, sea para reprocharlas o alabarlas. Por eso tenía sentido estar en París. Bueno, y además ver todas las cositas lindas que tiene para ofrecer la ciudad. No tendría, en este contexto, mucho sentido ponerme a detallar cada uno de los días y los recorridos que hice por la ciudad, como tampoco comentarios detallados a cada uno de los momentos – por lo demás tampoco tendría tanto que decir – por lo que hago algunas apreciaciones generales. Primero, todo el mundo dice siempre que Paris es una ciudad hostil, que la gente no es muy amable, que, si bien hablan inglés, no van a hablar sino en francés y que no son muy amigos de los turistas. Y efectivamente es así, no encontré ningún elemento relevante que pudiera poner en duda este prejuicio. Es una ciudad tremendamente activa y movida, de ajetreo constante que, al mismo tiempo convive con su historia, entroncada en los innumerables monumentos – por usar un nombre genérico – que la poblan dé nord á sud. Así, al igual que su misma historia, se muestra como una ciudad llena de paradojas, o por qué no, contradicciones. La que alguna vez fuese el centro intelectual más importante para el mundo cristiano occidental, hoy, conservando multitud de iglesias impresionantes, es considerada uno de los lugares más anticlericales del orbe; donde brillaron, según dicen, los ardores de la revolución y de la emancipación del pueblo sobre la autoridad tiránica, abundan hoy los monumentos imperiales ensalzando apoteósicamente la figura de un solo hombre, bordeando la idolatría (por ejemplo, l’Arc de Triumph, Hôtel des Invalides); en el mismo lugar que se erigieron inmensas catedrales góticas para que el hombre levantara la mirada a Dios, se levantaron también torres para celebrar las maravillas de la técnica y la ingeniería, sin ningún otro sentido trascendente a ellas mismas (p.e. la Tour Eiffel). Con todo, es un lugar para sorprenderse y maravillarse, ya por lo particular de sus lugares, ya por lo históricamente importante de prácticamente todo, ya por los fuertes contrastes, por ejemplo, entre el lujo de Plâce Vendom y los indigentes en el metro y las entradas de las iglesias; entre el estilo único de sus mujeres, y las negras africanas con sus vestidos de colores y paños en la cabeza. Qué decir de ese concentrado de historia de la humanidad que es el Louvre, donde los turistas hacen cola para solamente acercarse a la Gioconda, pasando rápido por toda una serie de cuadros espectaculares del mismo período, o bien, todas las demás alas del Louvre – que bien vale la pena ir al menos un día entero para verlo – o qué decir también de Montmartre, el Paris más parisino, el Paris de las películas o de la idea que todos tenemos: bohemia, calles chicas de piedra, artistas, boinas, acordeones y cafés. Mención aparte merecen también el inmenso cementerio de Pére Lachaise, donde están enterrados parte importante de la historia de la humanidad – de la cual sólo pude ver bien a Chopin y a Abelardo con Eloísa, porque nos echaron por la hora–, como así también la abadía de Saint-Denys, al norte de Paris, donde yacen todos los reyes de la historia de Francia, desde Pipino el Breve hasta Louis XVIII. Todo esto, en fin, me mantuvo ocupado hasta el domingo – ayer – día en el que tomé el tren de vuelta, pasando por Mannheim. Como era ya casi previsible, estuve muy al justo con el tiempo y llegué a la estación pocos minutos antes que partiera. Luego volví a Heidelberg sin mayor novedad.

V

Estas últimas dos semanas que me quedan acá ya comenzaron con la partida de la Carla y Cony, compañeras de aventuras y de piso, y en los próximos días llegará gente nueva, sin tener idea de dónde o de qué onda. Pero en todo caso, tampoco podré compartir mucho con los nuevos, pues ya estaré en las últimas yo mismo. No obstante, estos últimos días estarán también fuertemente dedicados a la última actividad académica pendiente, a saber, la entrega de un trabajo escrito sobre la substancia en Leibniz. Me comprometí a entregarlo antes de partir de vuelta a Chile, por lo que estoy ya poniéndome en campaña: no sólo el tema es complicado y difícil de abordar, sino que además debo escribirlo en alemán, lo que no facilita precisamente la tarea. Espero que pueda hacer algo bordeando lo digno para poder contarle a mis nietos que alguna vez hice un trabajo escrito en alemán. Además, viene todo el proceso de empezar a cerrar mi estadía acá, tanto en término burocráticos como personales: despedidas, últimas- reuniones-con, promesas de amistad eterna, promesas de visitas a Chile, compromisos de mantener correspondencia, y un largo etcétera que se podrán imaginar. También viene el proceso de, como decía la Carla, “asumir la pérdida” en el sentido de comenzar a hacerme la idea de volver, de cerrar todo este capítulo e ingresar nuevamente en la vida cotidiana chilena. Esto trae consigo una compleja serie de sentimientos encontrados, puesto que recién ahora, o bien hace algunas semanas o meses, me siento ya con cierta propiedad para decir que me “he integrado” en la cultura de acá. Al principio uno es siempre un “estudiante de intercambio”, con las ventajas y limitantes que tiene el caso, pero no se siente tan instalado. Hay un minuto, sin embargo, que comencé ya a sentirme funcionando bien con el sistema de acá; no sólo “adaptado” sino “integrado” – espero que se perciba la sutil diferencia – y justo ahora que ya lo logré, debo empezar a volverme. Es, como escribí en algún mail, como tener que devolver un instrumento prestado que acabas de aprender a tocar bien. A esto se suma que, además de toda la gente internacional que conocí durante la primera parte del semestre, también ya me fui armando un grupo de amigos alemanes con quienes me he estado reuniendo más el último tiempo, viendo desde adentro cómo piensan, cómo viven, cómo carretean, cómo se enfrentan a la vida, etc. No tengo idea qué irá a pasar en Chile: quizás al llegar, la tierra me tire y me proponga quedarme y nunca más salir, o bien, me bajen unas ganas tremendas de volver a Alemania, o – lo más probable – una vaga mezcla de ambas. Ya veremos qué sabor tiene la mezcla.

En este minuto no estoy en condiciones de prometer mucho, pero creo, con cierto grado de certeza, que podré hacer una última entrega alrededor del 15 de agosto, días antes de volverme a Chile. Más predicciones que estudiar y hacer trámites no puedo hacer, pero seguro que les estaré contando si pasa algo interesante, como he estado todo este tiempo. Espero que para ustedes la lectura – y esto es un premio para los que llegan hasta acá y hasta hoy – haya sido tan disfrutada como lo fue para mí la escritura. Cuando vuelva y converse con ustedes, creo que podré darme cuenta quiénes leyeron, quiénes saben en qué anduve, qué hice y qué pensé por acá; y no sé si me dé el ánimo para estarme repitiendo los cuentos una y otra vez. Por último, a los que no hayan leído, los remitiré al Heidel-Blog, que seguirá juntando polvo virtual, incluso una vez que ya no esté aquí.


Un abrazo fuerte a todos,
Cristián

PS: como ya es costumbre, añado algunas fotos y links de videos sobre estos episodios.

Sarcófago del Doctor Subtilis, Johannes Duns Scotus (ca. 1266 - 1308), ubicado en la Minoritenkirche, Köln.

Para los que se quedaron metidos con el final de la Segunda Guerra Mundial: en Münster, el día sábado 18 de julio, las tropas inglesas de ocupación, tras 42 años de presencia en esta ciudad, se retiraron oficialmente, rindiéndole honores al alcalde de Münster. Casualmente y sin tener mucha idea, con la Antonia pasamos por ahí y registramos el momento. Recién en Berlin, Joaquín me hizo notar lo importante del momento que había vivido: parte de los aliados se retiran de las plazas alemanas ocupadas desde 1945. Algunas imágenes y videos:


http://www.youtube.com/watch?v=Q12Zu16Ou84
http://www.youtube.com/watch?v=3TLWUEsrm6Q
http://www.youtube.com/watch?v=Vro4ZnsZZBc


Niños jugando con los
Enten en los Hafen de Münster

Pedro Abelardo es un campeón para los franceses. Vaya a saber uno porqué... su estatua en la entrada del Louvre y su tumba en Pére Lachaise











En el Louvre encontré esta curiosa pintura: "La Victoria de Santo Tomás". Si la miran con atención, no sólo se encontrarán con Aristóteles y Platón (?) a su lado, sino a Averroes siendo aplastado por el Aquinate. (Pobre Comentator!!)


Dicen que Napoleón era - físicamente - pequeño. Si es verdad, entonces se las arregló muy bien para hacer creer a los franceses lo contrario. He aquí su tumba:

Par de videítos: bajo la Torre Eiffel y el Louvre

http://www.youtube.com/watch?v=fIIZzW0Ck4c
http://www.youtube.com/watch?v=SyIAXXTt65Q



Esta es para los que no se imaginan lo grande que es la Torre Eiffel:


(ahí estoy arriba recién del primer piso de tres)

sábado, 5 de julio de 2008

Una historia sencilla

No habrían sido alrededor de las 6 y tanto de la tarde cuando, dando la vuelta en una esquina probablemente familiar, me cruzo de improviso con aquella palabra embrujada: “Antiquariat”. Atraído, como siempre, ante tal constelación intenté identificar el umbral, distinguiéndolo de una ventana un tanto parecida, y enganché casualmente mi mirada con la de un antiguo señor, tras el vidrio y sus anteojos. Gesticulé mi intención de entrar y me abre levemente la puerta, comentándome: “ya estaba cerrando, pero si gusta puede entrar un momento”. Agradecido por el gesto entré al negocio, perfectamente disimulado desde afuera, cuyas paredes no dejaban espacio alguno para algo que no fueran libros. El dueño, perdido en la trastienda, ya no se sentía y me encontré solo en este templo encuadernado en forros antiguos, mas perfectamente conservados. Los tomos constituían un todo completo compacto con las paredes y el aire, un poco teñido por el olor a cuero viejo. Recorriendo con la vista los lomos, me llamó la atención el último de una corrida cercana al piso, entre las paredes de literatura e historia. El tomo parecía haber sido muy leído y tenía las esquinas gastadas. También algunos rastros de lápiz de tinta y algunas hojas arrugadas por el tiempo. Abriendo una página al azar, leí en alemán a partir el primer párrafo:


Dejando el otro libro en el escritorio, el grueso personaje volvió a alejarse del Dr. Wilhelm quien seguía embebido en sus observaciones. Miraba las páginas casi como tocándolas con la nariz, arreglando constantemente sus lentes, concentradísimo, como si desconectara una máquina sumamente peligrosa. Apareció nuevamente el asistente, esta vez portando una pequeña caja blanca de acrílico. Acercándose e interrumpiendo al académico se la ofreció, recitando en voz baja:

- Commentarius in decem libros aristotelis ethicorum ad nichomachum de un tal Oberto Giphanio.

- Giphanio.. Giphanio... – contestó el erudito sin levantar la vista - ¡Ah claro, Van Giffen! Excelente... ¿de qué año es?

- Este... eme... de... ve corta... – calculó el ayudante mirando la etiqueta de la caja – de 1508, impreso en Francoforte.

- ¡¿1508?! Víctor, ¿estás seguro?

- Sip

- No puede ser... – replicó sorprendido – ¡pásame ese tomo ahora!


El Dr. Wilhelm le quitó de las manos la caja cuadrada, abriéndola y tomando con sumo cuidado el volumen, al parecer muy leído y con las esquinas un tanto gastadas, quiso consultar por sí mismo el dato, constatando el pie de imprenta. Frunciendo el ceño intentaba leer los caracteres mal impresos y algo borrados por el uso. De súbito, como si hubiese hallado algo, le devolvió una mirada de reproche a su asistente.

- Víctor, ven acá

- Dígame doctor

- Acércate y dime, ¿qué número es ese?

- Eme... de.. ce.. mil seiscientos y... ve corta... palito palito palito... serían.. ocho.

- Exacto... mil seiscientos ocho – confirmó el investigador, enfatizando el seiscientos - ¡en mil quinientos ocho el maestro Huberto Van Giffen siquiera había nacido, hombre! ¡¿En dónde aprendiste a leer números romanos?!

- Ah... claro... eme de ce..., cierto... Si, bueno, lo que pasa es que en mi carrera no vimos mucho eso.

- Argh.. da igual. Mejor vuelve al mostrador y ve si el catálogo tiene algo más que ofrecernos.

- Si jefe, perdón... mil disculpas doctor, es que en mi ciudad no se usan mucho los números rumanos porque se confunden con las letras y las palabras. O sea, los números son números y las palabras palabras, al pan pan, vino vino, ¿me entiende?

- ¡Víctor, silencio! – le llamó la atención – Estamos en una biblioteca, no en el mercado. Ahórrate discursos y tráeme algo útil, mejor. Y los números son romanos, no rumanos. ¡Vuela!

- Si, perdón, perdón.

Con un suspiro de paciencia vuelve el Dr. Wilhelm al texto, examinándolo cuidadosamente. Tras tomar nota del título y el pie de imprenta, leyó rápidamente las epístolas introductorias, el índice y se dirigió rápidamente al punto de su interés: liber quintus, capitulus septimus. Notó que el latín de Giphenio era un tanto mejor y más desarrollado que el de sus predecesores: menos abreviaturas y romanismo. También tomaba muchos conceptos del griego, escribiéndolos incluso en sus caracteres helénicos correspondientes.

- No puede ser – se dijo en voz baja – que el maestro Giphanio haya sido el primero en plantearlo de esta manera – y se volvió a sus apuntes escritos con lápiz a mina – Todos sus contemporáneos, y para qué decir los humanistas anteriores, obviaron este punto y sus seguidores lo retoman. Gollius, Thomasius padre y hasta los mismos maestros de Coimbra lo leen de esa manera. Pero ¿cómo pueden haber leído las obras del maestro Giphanio, si fueron publicadas recién el 1608 en Frankfurt, años después de su muerte en la corte de Praga? O dicho de otra manera, ¿en qué universidad podrían haberlo enseñado, si se peleó con todos los jesuitas de Ingolstadt? Más aún, ¿cómo llegaron sus ideas a Coimbra, la otrora Atenas de la Societas Jesu? ¿Me lo puedes explicar Víctor? – dirigiéndose al asistente, quien volvía con una lista en la mano.

- Bueno... en realidad usted sabe que no me manejo mucho en esas cosas raras de la que usted habla tanto, pero quizás tenían un amigo de por ahí que llevó los libros... que viajaba mucho, como mis amigos cuando se van a la capital y traen música de...

- Pequeño Víctor, era una pregunta retórica. – replicó paciente – Mejor no contestes si no vas a aportar. ¿Qué traes ahí?

- Nuevos participantes: Speculum moralium de John Case, y una traducción de la Ética a Nicómaco, por Joachim Périon.

- John Case... si, Oxford. Probablemente no nos sirva de mucho. Estos ingleses siempre tan pegados a la letra, nunca tocarán las nubes de la metafísica. Y Périon... el gran Perionius. ¿Una traducción, me dijiste?

- Claro... pero que trae añadidos un comentario de Hermolaum Barbarum.

- Hermolaus Barbarus – corrigió el profesor – está en acusativo.

- Pero si termina en “um” como todam las palabram en latim.

- ¡No todas, bestia! ¿Es que no sabes nada? Sólo los sustantivos neutro singulares en nominativo y acusativo, o bien, como es el caso aquí, los sustantivos masculinos en acusativo. ¿Con quién aprendiste latín, imberbe?

- Yo solito nomás, me puse a hojear el linguam latinae y ahí aprendí.

- Sí, así veo. Se nota a la distancia que eres autodidacta, como un genio cualquiera. – ironizó el investigador – OK, consíguete que te entreguen el tomo de Périon que trae el comentario de Barbarus. Pero ¡con cuidado! Que nadie sospeche que lo estamos buscando a él y no a Aristóteles.

- Si, si sé... – y dio la media vuelta balbuceando – siempre con la misma tontera, como si a alguien le importaran las tremendas novedades que puede encontrar en un manuscrito del año XVI

El Dr. Wilhelm escuchó las murmuraciones de Víctor, mas no lo consideró gran cosa. Siempre se queja cuando cree no ser escuchado, pero da igual, pues recibe igual su salario, aunque no le guste. La aparición de Barbarus no estaba en sus planes, puesto que sólo podía significar una cosa: también habría habido una tradición de comentaristas a Aristóteles, no sólo en las filosofía de escuelas germana e inglesas, como ya se sabía, sino también una anterior en los humanistas italianos. Bien sabido era que Hermolaus había viajado mucho en su condición de diplomático y quizás pudo haber entrado en contacto con los estudioso bizantinos, quienes habían sido los primeros en atreverse a vertir al estagirita al latín – no las obras lógicas, como se saben, traducias por Boecio, sino las obra éticas y metafísicas – a mediados del siglo XV. Ahora, lo que sí parecía extraño era la adhesión del comentario a la traducción de Périon, filólogo francés de fines del XVI, quien fue de los primeros occidentales en traducir el corpus aristotelicum al latín. ¿Por qué añadir imprimir la Ética en latín con un comentario a ella, escrito 84 años antes sobre otra versión latina? ¿Quién habría querido imprimir eso? Cuando volviera Víctor con el ejemplar, tendría que indagar en los datos externos para intentar conseguir alguna pista: alguna carta, alguna anotación a mano, la casa editorial o algún otro rastro que hiciera algún sentido. Por un momento, el Dr. Wilhelm se preguntó qué objeto tenía todo esto. Mirando las paredes del caluroso cuarto de manuscritos e impresos antiguos, intentó encontrar en ellos una respuesta, no a sus específicas interrogantes, sino a la cuestión de fondo:

- ¿Qué hemos entendido todos estos años de Aristóteles? ¿Nos hemos dedicado a repetir o a repensar? ¿Habrá en alguna parte alguien que haya dado en el sentido profundo de estas distinciones? .... ¿¿Dónde diablos se metió este sujeto??


Lo siento – escuché de pronto – debo pedirle que se vaya, pues estamos cerrando y tengo una hora al médico.