lunes, 26 de mayo de 2008

Nada y algo que decir

Viernes 23 de mayo

No sé si deba partir pidiendo perdón, porque no he hecho nada malo. No han sido pocos los que hasta ahora me han estado pidiendo otro informe, que hace tiempo que no escribes, que por qué te demoras tanto, que si no escribes pronto vas a perder a tus auspiciadores, que no habrán más solazamientos si a tales intervalos has de escribir, etc. Y pregúntome, ¿es menester escribir que no tengo nada nuevo que contar? Finalmente llegue al plateau del intercambio: al punto donde todos los días son como todos los días, aunque constituza una experiencia siempre nueva, siempre sorprendente z siempre con nuevos desafíos –como intentar no confundirse entre la “z” y la “y” al tipear en los computadores alemanes- pero, sin perjuicio de todo eso, también se vuelve una misma experiencia unitaria. Hasta la más inestable de las actividades – digamos, entrenar un equipo de handball de maníaco-depresivos – se puede convertir en un rutina. Ojo, no hay ningún tipo de juicio de valor en este hecho, tan solo se arrutiniza, como siempre, como a todos.

Estas últimas dos o tres semanas han corrido como si nunca me hubiera venido, o bien, como si siempre hubiera estado acá. No hay novedades, no hay grandes proezas que contar, no hay temas urgentes que subir. Por eso casi no había blog. Quizás podría llenar una columna con nimiedades del estilo “en mi camino a la Universidad, siempre paso por una relojería llena de relojes antiguos. Un día, obligado por un cambio de batería de mi reloj, entré y escuché una suerte de marea tenue y rítmica, que casi se podría haber respirado. Un viejito de ojos azules, como cristales de reloj, me atiende con un alemán de libro y una sonrisa de varias décadas. La marea de segunderos de fondo tiñe todo el cuadro. No sé cuánto le tomó cambiarme la batería, pero se vivió como en otro mundo, en otro tiempo, violentamente tocado por este tornado de segundos. Desde entonces no he vuelto a entrar, pero paso todos los días religiosamente por ahí y miro los relojes, dando péndulos y segundos al mundo, y luego miro al mío, para ver si logro convencerlo de que agote una vez más su batería, de modo que tenga la excusa perfecta para volver a entrar y vivir ese momento de hace algunas semanas”, pero a mi juicio, no tiene sentido hacer viajar todos estos bytes miles de kilómetros, para leer cosas como esas. Para eso, que cada uno vea su propia vida y sus propias nimiedades. O también podría dedicarme a describir los autóctonos, probablemente partiendo con un cliché del estilo “los estudiantes alemanes son un tipo de personas muy particular. Ocupan el punto medio exacto entre los estudiantes – pocos – apasionados que tenemos a veces en Chile, y el ganado indiferente que pobla nuestras praderas, como si no estuviera estudiando – o peor aún, como si fuera una obligación hacerlo –. El alemán universitario cae al medio, mostrándose interesado por sus carreras – acá lo normal es estudiar al menos dos, una como principal y otra secundaria – pero sin limar el tubérculo (o rallar la papa) como algunos que yo conozco. Luego, se toma con un cierto grado de profesionalismo su estudio, lo que, por ejemplo, hace casi inconcebible hacerse amigo de sus compañeros. Yo estoy haciendo cinco cursos distintos, y me he podido acercar solamente a un compañero, sin que me mire con una cara de yo ser una suerte de extraterrestre al intentar entablar una conversación amena y cordial post-clases.” Pero no creo que sea de interés general describir la fauna del lugar; mal que mal, todo lugar tiene su fauna, y si nos ponemos opservadores, vamos a pillar distintas características de cada fauna. Por lo tanto, nada que contar. Porque tampoco tiene sentido que me ponga a decir “en general, la vida en el departamento con las cuatro chiquillas tiene un ritmo parejo. Siempre con Lisa – la italiana de Bergamo – somos los primeros en amanecer y tomar desayuno en la cocina, mientras ya aparece alguna de las dos chilenas – generalmente la Carla – con una cara de ultratumba, y luego, la segunda italiana, o bien la italianalemana Maria Lucia, que usualmente tiene horas al doctor, en horarios insólitos (i.e 8:23 am) y por lo mismo, llega apurada a tomarse el resto del espresso que hizo Lisa. Si sale todo en orden, le corresponde aparecer a la segunda chilena, sobre todo quejándose porque puse la música muy fuerte para ser las 8 de la madrugada” pero cada uno de ustedes también tiene sus mañanas con sus momentos particulares, con los encuentros cotidianos, con lo que pasa y deja de pasar todos los días, por lo que no tiene nada de especial ni de particular ponerme a narrar esas cosas. “¿Ah? ¿Para eso viajó a Alemania este gil? Cualquiera puede escribir lo que pasa todos los días…” Por eso mismo, en un profundo acto de respeto, no he querido escribir contando cotidianiedadeces, que todos tenemos, valga la rebuznancia, todos los días. Menos aún voy a mandar fotos de las clases, los sexies pijamas del desayuno, o de las encantadoras calles de piedra que pisoteo minuto a minuto cuando no estoy ni en la casa ni en la Universidad.

Algo que sí puedo contar – y que quizás es la única excusa para todo este posteo – es el hecho que el próximo martes 27 se apersonan nadie más ni nadie menos que… ¡mis papás! Exacto. Los mismos que alguna vez tuvieron que aguantarse una serie interminable de “actuaciones de fin de año” en el jardín infantil, los mismos con los cuales mantenía batallas campales por “comerme (o no) toda la comida”, precisamente aquellos quienes desde el principio estaban casi más entusiasmados que yo con la idea del intercambio. (¿Será porque les quedó el departamento entero para ellos solos? Hmm… sospechoso). El martes próximo ya estarán llegando a Heidelberg, cámara al cuello y mapa en la mano, cual par de turistas cualquiera, de los cuales tanto desprecio entregamos cotidianamente acá. Después de estar todos los días haciendo un slalom para evitar cruzarse en los flash de cámaras japonesas, evitar chocar con españoles gritando “Mira Chabela, ¡que qué flipa’o está el castillo!”, evitar dar tumbos con gringos exclamando algo así como “qué pintorescou, pero no ser como nuestro viaje en Chile”, ahora me toca a mí ser uno de esos, acompañando a mis papás. Pero antes de eso, el plan es arrendar un auto y partir los tres hacia Praga, la gran ciudad de… de… República Checa donde pasó… pasó…. este… bueno, pasaron muchas cosas importantes para la República Checa, como por ejemplo…. claro, y tantas otras que no vale la pena seguir profundizando en detalles. Lo que sí es claro, es que Praga es bonita, una de las joyas de Europa, ciudad llena de tesoros arquitectónicos, de preciosos edificios, calles estremecedoramente empedradas y de checos. ¡Así que allá nos vamos! Encomendándonos a San Rafael – patrón de los viajeros –, a San Expedito – patrón de los viajes en carreteras rápidas sin límite de velocidad, como las alemanas – y a San Elearázaro de Fontaines – ver foto, a ese no lo conoce nadie, así que nos atiende altiro – emprendemos rumbo el miércoles para estar el domingo o lunes de vuelta acá. Se prometen fotos, anécdotas, narraciones simpáticas, concursos, regalos, videos para los nietos, vergüenzas ajenas, malentendidos con los idiomas, más fotos y videos, y, solamente si tienen suerte y mandan suficientes mensajes de texto al 7313 con las letras HB (de Heidel-Blog), quizás venga también otro posteo contando cómo anduvo todo eso.

Por ahora cierro este informe que vendría siendo algo así como un monumento al dicho: “El hombre es el único animal que duerme cuando no tiene sueño, come cuando no tiene hambre y habla cuando no tiene nada que decir”. (Guru Guru). Ahora sí pido el perdón mencionado al comienzo.

Post Scriptum: Domingo 25 de mayo

La contradicción es una parte esencial de nuestra naturaleza humana. Gracias a ella, las ruedas giran, los organismos microcelulares pujan por vivir y las leonas amamantan a sus cachorritos leones. Por esto, vengo a contradecir el “nada que decir” de todo lo que escribí anteriormente. Ahora sí tengo algo que contar.

Ayer sábado, 24 de mayo, tras algunas conversaciones protocolares, diplomáticas, emailíticas, plurifuncionales y multidirigidas, se llevó a cabo un paseo pendiente hace tiempo: Nacho "no todos los filósofos no son ingenieros” Mena, residente actualmente en Karlsruhe; Jorge “leo a Aristóteles y escucho hip hop” Torres, el mismo de Freiburg; y Gastón “de lo que no se puede hablar es mejor callar… y del resto, también” Roberts, otro filósofo también, intercambiado empero en Tübingen, nos habríamos de reunir en la ciudad del último suscrito. A esto se unieron mis dos cohabitantes chilenas, sc. Cony et Carla, que les pareció de lo más salvaje este paseo y se anotaron. Así inicióse el recorrido con el avanzar – siempre contradictorio – de un convoy a ruedas deslizándose a velocidades decrecientemente aceleradas por sobre tiras de hormigón puestas de manera paralelas a lo largo de un trayecto predeterminado. Evitándome el detalle de cada uno de los tramos recorridos, vale decir que llegamos la Cony, Nacho y yo al Bahnhof cerca de la hora de almuerzo, y fuimos recibidos por “dueño de casa” Gastón. A lo largo de la tarde se incorporarían al grupo la Carla, proveniente de Stuttgart y Torres, quien viajaba con un grupito de gente de Freiburg, todos bien juntitos haciendo un tourcito por los distintos lugarcitos. Hacia las 6 de la tarde ya nos encontrábamos, chilenos y chilenas, reunidos en la pieza del joven Gastón, escasa en metros cúbicos, mas rica en hospitalidad. Hemos de decir que entre las actividades de este grupo sui generis se contaron: cervezas en el parque, reflexión filosófica I, cervezas y pizzas en la cocina, reflexión filosófica II, pausa a cargo de los grupos alemanes de hip hop de Torres, reflexión filosófica IIb (profundización especializada con quasi ataques personales), discusión y comparación de apreciaciones empíricas feminarum teutonarum, etc. Un video inmortaliza el movimiento... matándolo:


Las chiquillas enfilaron de vuelta hacia Stuttgart, y los machos cabríos del pensar apareciente salieron cual cro-magnones de sus cavernas en búsqueda de algún carrete tubingano… y digno. Tras recorrer erráticamente a pie distancias equivalentes a cerca de cuatro veces el diámetro de la ciudad, terminamos finalmente – como podría ser de otro modo – en una fiesta en la así llamada Leibniz-Haus, en la cumbre de una colina, semejante a alguna de Valparaíso o la subida de Chucre Manzur. Allí halláronse una serie finita de mónadas distribuidas de manera heterogénea y caótica en torno a varios ambientes, la barra y sobre todo, frente a un telón gigante donde proyectábanse secuencias de dibujos abstractos. En algún otro cuarto se daban películas de cine arte, y los metafísico-culturistas nos decidimos por bailes de salón, en un sauna o pieza altamente acalorada, donde sonaban vivaces ritmos latinos y balcánicos (i.e. música de Kosturica). Tras las horas de permanencia, volvimos con sendas sonrisas en los rostros nuestros, afirmando, al decir del Ing. (c) Mena, que fue “la mejor de las fiestas posibles”. Todo gracias a Leibniz. Cómo podría ser de otro modo.

Cuatro lolitos varones en un cuarto pensado para uno = no tiene precio. Y por supuesto tampoco tiene espacio para todos durmiendo cómodamente, por lo que algunos hubieron de dormir directamente en el suelo. Sin perjuicio de eso – ni de las Kater producto de algunos beberajes espirituosos de la noche anterior – dimos algunas vueltas por Tübingen el domingo en la mañana, recorriendo el Neckar y viendo con admiración y pavor – y algo de envidia – la amarilla torre donde Hölderlin pasó los últimos años de su vida, encerrado, loco y filosofando. Un almuerzo a cargo de Turquía vendría a ser el preparativo para un apacible yacer en los prados tubínguicos, viendo como los alegres y pícaros estudiantes alemanes se solazaban jugando paletas, caminando sobre la cuerda floja o ensirviéndose un melancólico pic-nic.

Algunas apreciaciones sobre Tubinga: ciudad definitivamente universitaria – más aún que Freiburg o Heidelberg – dicho de otra manera, es “una universidad que tiene una ciudad”. Su encanto radica en sus calles empedradas e inclinadas, repartidas como sin querer ni orden alguno, sus casas coloridas de estilo “alemanisch” según el documentado Lic. (c) Torres. Sus parques y el fluir del Neckar – ¡el mismo río de Heidelberg! – le añaden un aire bucólico y romanticón, que se enfrenta a menudo con las armónicas y guturales canciones nocturnas de los estudiantes borrachos. La primavera en ciernes se encargó de emperifollar a la ciudad para nuestra visita, dejándonos con un profundo sentimiento de volver… pero ojalá con un método más práctico que los eternos viajes en los trenes alemanes: si bien se pueden aprovechar ofertas de pasajes convenientes para el bolsillo del estudiante medio, éstas lo redirigen a hacer tramos por poco eternos en trenes regionales, desplazándose de tren en tren, convirtiéndonos en reyes de la espera en los andenes y verdaderos especialistas en temas de recorridos, horas, vagones – y vagonetas – y estaciones. Por ejemplo, el tramo Tübingen – Heidelberg se hace en auto en dos horas; en tren, nos demoramos más de cuatro, haciendo un paseíto por distintos destinos intermedios, cuya máxima diversión no es sino constituida por una máquina de café en el andén (contémplese en la foto a srta. Cony disfrutando a concho su espera en el Andén)

Ahora sí puedo cerrar este posteo, quizás por mucho más interesante - o interesable - que lo que era cuando fue concebido. Como se anotó arriba, ya pasado mañana parten mis auspiciadores desde Santiago hasta estas latitudes, cosa que me tiene muy entusiasmado. Lo que valga la pena contar – y a veces lo que no – será debidamente reportado, registrado, fotografiado, grabado en video y conservado. Si tienen suerte y se comen toda la comida, tal vez sean subidos a la wé.

Un abrazo grande desde Heidelberg,
Cristián

viernes, 9 de mayo de 2008

Una semana más... que se va...


Ninguna semana es exactamente igual a otra, aunque todas tengan exactamente la misma cantidad de minutos. Por más monótona que tienda a ponerse la vida, siempre hay algo, una cosita, un detalle, un algo, un encuentro que convierte esa semana en distinta a todas las demás, aunque tenga exactamente la misma cantidad de minutos. Este principio – Principio de Indistintividad de las Semanas – también se aplica acá en Alemania. Después de las movidas semanas de Stuttgart y Pamplona descritas en el informe anterior, pensaba yo en algunos días más tranquilos y reposados para finalmente retomar el ritmo del estudio y esa cosa por la que alguna vez vine acá, léase la universidad.

Y nada más simpático que una semana con feriado: el primero de mayo también es día del trabajador acá, a lo que se suma la infundada tradición del Thingstätte (pronúnciese algo así como “tingshtete”) que paso a describir.


Thingstätte

Hacia fines de los años 30, un tipo llamado Hitler mandó a construir en la punta del Heiligenberg un anfiteatro gigantesco. (Nota al margen: sucede un curioso caso de metonimia cuando se habla de cualquier cosa que pasó en el III Reich: siempre se dice “Hitler hizo esto”, “Hitler hizo esto otro”, cuando en realidad era todo un gobierno que estaba ahí, no lo puede haber hecho o mandado todo él solo.) Tal anfiteatro tuvo el fin inmediato de servir como sede para los mitines del National-Sozialistische Partei, donde además de tomar tecito, saludarse con palmotazos en los hombros y pasear a los niños, se reiteraban las consignas del partido, como la dominación mundial de la raza aria o la adoración perpetua al Führer. Desde entonces hasta ahora, no ha pasado casi nada, sólo que una guerra destrozó las ilusiones de todo ese tipo de gente – junto con que ellos destrozaran a otra gente y fueran ellos a su vez destruidos, enredo suficiente para que sea tabú para los alemanes – y el anfiteatro quedó ahí.

Los estudiantes heidelbergenses, tan pícaros y traviesos que son, no se les ocurrió nada mejor que inventar una fiesta ahí todos los 30 de abril, a saber, la víspera del feriado del 1 de mayo. “Es la tradición” me decían “tienes que ir, ¡todos van!” ¿Cómo no ser reducido a la sumisión absoluta con ese tipo de argumentos? Así, con lo simpática de la historia, nos pusimos de acuerdo junto con Julia – mi amiga alemana, que ya ha sido mencionada otras veces – y sus amigos para partir al cerro. De partida, era parte de la tradición, juntarse antes a tomar, aunque fuesen las 6 de la tarde.

Adjunto un video del camino, cruzando por el Theodor-Heuss-Brücke sobre el Neckar (Julia es la de rojo)

Luego, la subida. Por instantes, la trepada por el cerro me recordó travesías estilo San Cristóbal u otros cerros, allá por el sur de Chile, sólo que acá nos íbamos topando a cada rato con grupos tanto o aún más alcoholizados que nosotros que también – en la medida de lo posible – iban subiendo, gritando alemaneces que no logré entender, no por un problema de idioma sino por lo gutural de las expresiones. Las canciones de estadio también estaban a la orden del día. Tras probablemente una hora y media de haber estado subiendo – el alcohol también incide en la apercepción de la forma interna de la subjetividad pura, o sea, el tiempo pasa distinto – llegamos al famoso Thingstätte, cuando estaba casi oscuro. A pesar de que acompaño con fotos la escena, intentaré ser prolijo en la descripción. Un anfiteatro, hemicíclico y escalonado, rodeado de bosque – no se veía la ciudad, como sí se veía en el camino – donde cabrían, al ojo, unas 10.000 personas. Al centro un escenario, con una fogata gigantesca, rodeada de gen

te de pie; luego, en una esquina del escenario, un grupo de negros con tambores tocando algún ritmo entre frenético e hipnótico, que daban la sensación de ser una maquinita que les estuvieron metiendo fichas constantemente, porque no pararon en toda la noche. Lógico, rodeados por una serie de alemanes intentando moverse como – y contra – algunas escasas latinas que batían sus ancas compulsivamente. Hacia la parte del “público” se ubicaba la “gallá”, instalada en grupos, algunos en torno a una pequeña fogatita o algunas bengalas, y la idea era sentarse ahí y, como dirían nuestros lolos, “carretear”. Como ya estaba más oscuro que la administración del Mineduc, el plan general y lo que la tradición dictaba era quedarse hasta al amanecer,

para poder bajar con luz. Pero, en estricto rigor, no pasaba nada: sonaban los tambores, salían uno que otros payasos a jugar con fuego, y seguía llegando gente. Nada de escenario y animación, nada de un concierto o algo por el estilo, nada de un DJ, nada de rituales o similares. Carrete por el carrete en sí, cosa que me pareció y me sigue pareciendo un tanto rara, por no decir ilógica. Agrego otro video, para que se hagan una idea del ambiente (el ruido de fondo era constantemente así).



Más encima, mi extrañeza se convirtió paulatinamente en disgusto, cuando Julia y otros de sus amigos comenzaron a exteriorizar su estado etílico, dándose vueltas por todos lados y dejándome botado con unos alemanes nuevos, aún más fomes que yo (izq. abajo en la foto) Ante ese panorama, tras darme varias vueltas, ver si encontraba a alguien conocido o algo de sentido, decidí emprender retirada ylogré encontrar otro alemán en la misma onda que yo, así que nos fuimos juntos cerro abajo. De Julia no supe más, hasta un mail que me mandó al día siguiente pidiendo perdón por su comportamiento. Yo sigo recordando con extrañeza esa situación, sin lograr entender. Quizás si hubiese estado con mis amigos, la cosa habría sido distinta, o quizás no. En fin, otra alemanada más para nuestros registros.

Freiburg

Día jueves pasado en la noche recibo un mail de Jorge Torres, chileno, estudiante de Filosofía PUC, actualmente intercambiado en Freiburg, diciendo que me fuera por el fin de semana. Qué me han dicho. Rápidamente hice las gestiones de rigor y partí el viernes en tren(es) a la hora de almuerzo. Hago primero una descripción de la ciudad: a pesar de que es apenas un poco más grande que Heidelberg, Freiburg es mucho más una ciudad ciudad – una richtige Stadt – con distintas clases sociales, delincuencia, vagos y asociales en las calles, etc. Pero sin perjuicio de eso, es una ciudad increíble: de partida es ciudad universitaria, con una tradición filosófica que sobrepasa por lejos su tamaño. Las figuras de Husserl y Heidegger se ciernen cual dos robles gigantescos a la sombra de los cuales brotan callampitas en la actual universidad. También podríamos llamarla la meca de los fenomenólogos. La ciudad misma, a diferencia de Heidelberg, tiene mucho verde – también en el parlamento regional – lo que se agradece. El sólo olorcillo a bosque, al estar rodeada por cerros verdes, penetra por todos los barrios, especialmente el barrio pituquito en donde está viviendo Jorge. Además, los estudiantes, tan traviesos y pícaros como los de Heidelberg, suelen irse a las distintas Wiesen – explanadas verdes, algo así como una cancha de fútbol – a echarse, hacer asados, jugar fútbol o simplemente “amarse” bajo los árboles y sobre el pasto. También llama la atención la Stusi (abreviación de Studentensiedlung, literalmente “el asentamiento de estudiantes”), un barrio de unas 20 residencias de estudiantes, construidas en torno al Seepark, lago al medio de la ciudad que recibe y aguanta a toda la chusma universitaria de Freiburg, y más heroicamente aún, a sus estudiantes de intercambio.

La estadía con Jorge estuvo muy buena, ya que nos reencontramos sin habernos visto desde diciembre y nos pegamos sus buenas filosofadas, con airadas discusiones incluidas – por momentos apunto de caer en las descalificaciones personales… ¡qué lindo! – como también con profusas conversaciones sobre su tesis sobre el tiempo en Aristóteles, amante celoso que lo tiene consumido en estos meses (en la foto, la estatua de Aristóteles a la entrada de la Freiburg-Universität, compuesta de bronce y de forma de Aristóteles). Esto empero no impidió que hiciéramos varios paseos por la ciudad, como también los carretes de rigor con las amistades de Jorge por allá. Sin ir más lejos, nos fuimos bastante lejos – tuvimos que conseguirnos bicicletas para ir – a un equivalente de lo que serían las fondas alemanas, en un área hacia las afueras de Freiburg. Ahí los “huasitos alemanes”, de ojos azules y chaquetas Nautica, pasaban emborrachados, arriba de las mesas cantando Volkslieder (canciones del pueblo) con un tonito gutural que me recordó el Thingstätte. También tuvimos carretes más normales. A la vuelta, logré coordinarme con una tal Olga Krebs para que viajáramos juntos en esta cosa maravillosa que es el Mitfahren, de modo que me ahorré una hora de viaje y ocho euros en comparación a lo que me habría salido volver en trenes.

Reflexión del ombligo

No es que ahora me vaya a poner a divagar en torno a la curiosa y sugerente formación cutánea que todos tenemos, con mayor o menor grado de gracia, en la mitad del abdomen, sino más bien que, a pesar de que no me he detenido a sacar la cuenta exacta, me estoy dando cuenta que hállome en la mitad del intercambio. Definitivamente ya pasó la luna de miel, que me duró bastante y por ahora, me siento bastante instalado, como si llevara un buen tiempo viviendo acá. El idioma, que claramente todavía no manejo ni cerca de la fluidez de la gente que lleva años acá, no es una complicación mayor ni motivo de preocupación, como lo estuvo siendo en algunos momentos. Ya estoy agarrado al ritmo del estudio, que claramente es menor al chileno pero mucho más pensado para que el alumno trabaje por su cuenta sin estarlo chicoteando. Al mismo tiempo, me ha permitido poder dedicar un buen tiempo a mi futura tesis, leyendo y revisando cosas que quizás no vaya a tener a la vuelta en Santiago. Como comentábamos ayer con las chiquillas, estamos todos con la sensación de que queda poco de tiempo, de que hay que empezar a hacer las cosas que hemos estado chuteando, que, si bien no nos vamos mañana, tampoco tenemos “todo el semestre por delante”, como pensábamos cuando estábamos en marzo. Más encima, el clima se puso violentamente caluroso, pasando de días indecisos con lluvia, sol y nieve al mismo tiempo, a un clima linealmente caluroso, no de primavera sino frontalmente de verano. Definitivamente, el tiempo en estas regiones de Alemania es una locura. Y qué más puedo agregar, estoy bien y contento de cómo ha andado todo hasta ahora, imposible mejor en realidad. No me podría quejar de no estar aprovechando esta experiencia, tanto por el lado académico, como por el personal, ni creo que me vuelva diciendo que “debería haber hecho esto, no haber estado tanto allá sino más acá”, etc. etc. La tentación de postular a un alargamiento del intercambio es constante, pero en términos reales, impracticable, pues me esperan varias responsabilidades insalvables a mi vuelta. Principalmente, la universidad (y si me quedo acá, me atrasaría todo un año más, no gracias).

Termino entonces acá el informe, dejándolos con más fotos del Thingstätte y de Freiburg, para vueso deleite.

Un abrazo grande y quedo expectante de sus comentarios o mails.

Cristián

Foto Heidelberg de noche, a la subida
del Thingstätte, con manos tembleques.
Lo borroso de esta foto es, en realidad, un efecto
para dar cuenta del estado mental de los presentes en ella:


Las infaltables fotos aéreas, esta vez, de Freiburg.

Un "artista callejero" alemán, dando jugo a la entrada del Münster (catedral) de Freiburg.