lunes, 26 de mayo de 2008

Nada y algo que decir

Viernes 23 de mayo

No sé si deba partir pidiendo perdón, porque no he hecho nada malo. No han sido pocos los que hasta ahora me han estado pidiendo otro informe, que hace tiempo que no escribes, que por qué te demoras tanto, que si no escribes pronto vas a perder a tus auspiciadores, que no habrán más solazamientos si a tales intervalos has de escribir, etc. Y pregúntome, ¿es menester escribir que no tengo nada nuevo que contar? Finalmente llegue al plateau del intercambio: al punto donde todos los días son como todos los días, aunque constituza una experiencia siempre nueva, siempre sorprendente z siempre con nuevos desafíos –como intentar no confundirse entre la “z” y la “y” al tipear en los computadores alemanes- pero, sin perjuicio de todo eso, también se vuelve una misma experiencia unitaria. Hasta la más inestable de las actividades – digamos, entrenar un equipo de handball de maníaco-depresivos – se puede convertir en un rutina. Ojo, no hay ningún tipo de juicio de valor en este hecho, tan solo se arrutiniza, como siempre, como a todos.

Estas últimas dos o tres semanas han corrido como si nunca me hubiera venido, o bien, como si siempre hubiera estado acá. No hay novedades, no hay grandes proezas que contar, no hay temas urgentes que subir. Por eso casi no había blog. Quizás podría llenar una columna con nimiedades del estilo “en mi camino a la Universidad, siempre paso por una relojería llena de relojes antiguos. Un día, obligado por un cambio de batería de mi reloj, entré y escuché una suerte de marea tenue y rítmica, que casi se podría haber respirado. Un viejito de ojos azules, como cristales de reloj, me atiende con un alemán de libro y una sonrisa de varias décadas. La marea de segunderos de fondo tiñe todo el cuadro. No sé cuánto le tomó cambiarme la batería, pero se vivió como en otro mundo, en otro tiempo, violentamente tocado por este tornado de segundos. Desde entonces no he vuelto a entrar, pero paso todos los días religiosamente por ahí y miro los relojes, dando péndulos y segundos al mundo, y luego miro al mío, para ver si logro convencerlo de que agote una vez más su batería, de modo que tenga la excusa perfecta para volver a entrar y vivir ese momento de hace algunas semanas”, pero a mi juicio, no tiene sentido hacer viajar todos estos bytes miles de kilómetros, para leer cosas como esas. Para eso, que cada uno vea su propia vida y sus propias nimiedades. O también podría dedicarme a describir los autóctonos, probablemente partiendo con un cliché del estilo “los estudiantes alemanes son un tipo de personas muy particular. Ocupan el punto medio exacto entre los estudiantes – pocos – apasionados que tenemos a veces en Chile, y el ganado indiferente que pobla nuestras praderas, como si no estuviera estudiando – o peor aún, como si fuera una obligación hacerlo –. El alemán universitario cae al medio, mostrándose interesado por sus carreras – acá lo normal es estudiar al menos dos, una como principal y otra secundaria – pero sin limar el tubérculo (o rallar la papa) como algunos que yo conozco. Luego, se toma con un cierto grado de profesionalismo su estudio, lo que, por ejemplo, hace casi inconcebible hacerse amigo de sus compañeros. Yo estoy haciendo cinco cursos distintos, y me he podido acercar solamente a un compañero, sin que me mire con una cara de yo ser una suerte de extraterrestre al intentar entablar una conversación amena y cordial post-clases.” Pero no creo que sea de interés general describir la fauna del lugar; mal que mal, todo lugar tiene su fauna, y si nos ponemos opservadores, vamos a pillar distintas características de cada fauna. Por lo tanto, nada que contar. Porque tampoco tiene sentido que me ponga a decir “en general, la vida en el departamento con las cuatro chiquillas tiene un ritmo parejo. Siempre con Lisa – la italiana de Bergamo – somos los primeros en amanecer y tomar desayuno en la cocina, mientras ya aparece alguna de las dos chilenas – generalmente la Carla – con una cara de ultratumba, y luego, la segunda italiana, o bien la italianalemana Maria Lucia, que usualmente tiene horas al doctor, en horarios insólitos (i.e 8:23 am) y por lo mismo, llega apurada a tomarse el resto del espresso que hizo Lisa. Si sale todo en orden, le corresponde aparecer a la segunda chilena, sobre todo quejándose porque puse la música muy fuerte para ser las 8 de la madrugada” pero cada uno de ustedes también tiene sus mañanas con sus momentos particulares, con los encuentros cotidianos, con lo que pasa y deja de pasar todos los días, por lo que no tiene nada de especial ni de particular ponerme a narrar esas cosas. “¿Ah? ¿Para eso viajó a Alemania este gil? Cualquiera puede escribir lo que pasa todos los días…” Por eso mismo, en un profundo acto de respeto, no he querido escribir contando cotidianiedadeces, que todos tenemos, valga la rebuznancia, todos los días. Menos aún voy a mandar fotos de las clases, los sexies pijamas del desayuno, o de las encantadoras calles de piedra que pisoteo minuto a minuto cuando no estoy ni en la casa ni en la Universidad.

Algo que sí puedo contar – y que quizás es la única excusa para todo este posteo – es el hecho que el próximo martes 27 se apersonan nadie más ni nadie menos que… ¡mis papás! Exacto. Los mismos que alguna vez tuvieron que aguantarse una serie interminable de “actuaciones de fin de año” en el jardín infantil, los mismos con los cuales mantenía batallas campales por “comerme (o no) toda la comida”, precisamente aquellos quienes desde el principio estaban casi más entusiasmados que yo con la idea del intercambio. (¿Será porque les quedó el departamento entero para ellos solos? Hmm… sospechoso). El martes próximo ya estarán llegando a Heidelberg, cámara al cuello y mapa en la mano, cual par de turistas cualquiera, de los cuales tanto desprecio entregamos cotidianamente acá. Después de estar todos los días haciendo un slalom para evitar cruzarse en los flash de cámaras japonesas, evitar chocar con españoles gritando “Mira Chabela, ¡que qué flipa’o está el castillo!”, evitar dar tumbos con gringos exclamando algo así como “qué pintorescou, pero no ser como nuestro viaje en Chile”, ahora me toca a mí ser uno de esos, acompañando a mis papás. Pero antes de eso, el plan es arrendar un auto y partir los tres hacia Praga, la gran ciudad de… de… República Checa donde pasó… pasó…. este… bueno, pasaron muchas cosas importantes para la República Checa, como por ejemplo…. claro, y tantas otras que no vale la pena seguir profundizando en detalles. Lo que sí es claro, es que Praga es bonita, una de las joyas de Europa, ciudad llena de tesoros arquitectónicos, de preciosos edificios, calles estremecedoramente empedradas y de checos. ¡Así que allá nos vamos! Encomendándonos a San Rafael – patrón de los viajeros –, a San Expedito – patrón de los viajes en carreteras rápidas sin límite de velocidad, como las alemanas – y a San Elearázaro de Fontaines – ver foto, a ese no lo conoce nadie, así que nos atiende altiro – emprendemos rumbo el miércoles para estar el domingo o lunes de vuelta acá. Se prometen fotos, anécdotas, narraciones simpáticas, concursos, regalos, videos para los nietos, vergüenzas ajenas, malentendidos con los idiomas, más fotos y videos, y, solamente si tienen suerte y mandan suficientes mensajes de texto al 7313 con las letras HB (de Heidel-Blog), quizás venga también otro posteo contando cómo anduvo todo eso.

Por ahora cierro este informe que vendría siendo algo así como un monumento al dicho: “El hombre es el único animal que duerme cuando no tiene sueño, come cuando no tiene hambre y habla cuando no tiene nada que decir”. (Guru Guru). Ahora sí pido el perdón mencionado al comienzo.

Post Scriptum: Domingo 25 de mayo

La contradicción es una parte esencial de nuestra naturaleza humana. Gracias a ella, las ruedas giran, los organismos microcelulares pujan por vivir y las leonas amamantan a sus cachorritos leones. Por esto, vengo a contradecir el “nada que decir” de todo lo que escribí anteriormente. Ahora sí tengo algo que contar.

Ayer sábado, 24 de mayo, tras algunas conversaciones protocolares, diplomáticas, emailíticas, plurifuncionales y multidirigidas, se llevó a cabo un paseo pendiente hace tiempo: Nacho "no todos los filósofos no son ingenieros” Mena, residente actualmente en Karlsruhe; Jorge “leo a Aristóteles y escucho hip hop” Torres, el mismo de Freiburg; y Gastón “de lo que no se puede hablar es mejor callar… y del resto, también” Roberts, otro filósofo también, intercambiado empero en Tübingen, nos habríamos de reunir en la ciudad del último suscrito. A esto se unieron mis dos cohabitantes chilenas, sc. Cony et Carla, que les pareció de lo más salvaje este paseo y se anotaron. Así inicióse el recorrido con el avanzar – siempre contradictorio – de un convoy a ruedas deslizándose a velocidades decrecientemente aceleradas por sobre tiras de hormigón puestas de manera paralelas a lo largo de un trayecto predeterminado. Evitándome el detalle de cada uno de los tramos recorridos, vale decir que llegamos la Cony, Nacho y yo al Bahnhof cerca de la hora de almuerzo, y fuimos recibidos por “dueño de casa” Gastón. A lo largo de la tarde se incorporarían al grupo la Carla, proveniente de Stuttgart y Torres, quien viajaba con un grupito de gente de Freiburg, todos bien juntitos haciendo un tourcito por los distintos lugarcitos. Hacia las 6 de la tarde ya nos encontrábamos, chilenos y chilenas, reunidos en la pieza del joven Gastón, escasa en metros cúbicos, mas rica en hospitalidad. Hemos de decir que entre las actividades de este grupo sui generis se contaron: cervezas en el parque, reflexión filosófica I, cervezas y pizzas en la cocina, reflexión filosófica II, pausa a cargo de los grupos alemanes de hip hop de Torres, reflexión filosófica IIb (profundización especializada con quasi ataques personales), discusión y comparación de apreciaciones empíricas feminarum teutonarum, etc. Un video inmortaliza el movimiento... matándolo:


Las chiquillas enfilaron de vuelta hacia Stuttgart, y los machos cabríos del pensar apareciente salieron cual cro-magnones de sus cavernas en búsqueda de algún carrete tubingano… y digno. Tras recorrer erráticamente a pie distancias equivalentes a cerca de cuatro veces el diámetro de la ciudad, terminamos finalmente – como podría ser de otro modo – en una fiesta en la así llamada Leibniz-Haus, en la cumbre de una colina, semejante a alguna de Valparaíso o la subida de Chucre Manzur. Allí halláronse una serie finita de mónadas distribuidas de manera heterogénea y caótica en torno a varios ambientes, la barra y sobre todo, frente a un telón gigante donde proyectábanse secuencias de dibujos abstractos. En algún otro cuarto se daban películas de cine arte, y los metafísico-culturistas nos decidimos por bailes de salón, en un sauna o pieza altamente acalorada, donde sonaban vivaces ritmos latinos y balcánicos (i.e. música de Kosturica). Tras las horas de permanencia, volvimos con sendas sonrisas en los rostros nuestros, afirmando, al decir del Ing. (c) Mena, que fue “la mejor de las fiestas posibles”. Todo gracias a Leibniz. Cómo podría ser de otro modo.

Cuatro lolitos varones en un cuarto pensado para uno = no tiene precio. Y por supuesto tampoco tiene espacio para todos durmiendo cómodamente, por lo que algunos hubieron de dormir directamente en el suelo. Sin perjuicio de eso – ni de las Kater producto de algunos beberajes espirituosos de la noche anterior – dimos algunas vueltas por Tübingen el domingo en la mañana, recorriendo el Neckar y viendo con admiración y pavor – y algo de envidia – la amarilla torre donde Hölderlin pasó los últimos años de su vida, encerrado, loco y filosofando. Un almuerzo a cargo de Turquía vendría a ser el preparativo para un apacible yacer en los prados tubínguicos, viendo como los alegres y pícaros estudiantes alemanes se solazaban jugando paletas, caminando sobre la cuerda floja o ensirviéndose un melancólico pic-nic.

Algunas apreciaciones sobre Tubinga: ciudad definitivamente universitaria – más aún que Freiburg o Heidelberg – dicho de otra manera, es “una universidad que tiene una ciudad”. Su encanto radica en sus calles empedradas e inclinadas, repartidas como sin querer ni orden alguno, sus casas coloridas de estilo “alemanisch” según el documentado Lic. (c) Torres. Sus parques y el fluir del Neckar – ¡el mismo río de Heidelberg! – le añaden un aire bucólico y romanticón, que se enfrenta a menudo con las armónicas y guturales canciones nocturnas de los estudiantes borrachos. La primavera en ciernes se encargó de emperifollar a la ciudad para nuestra visita, dejándonos con un profundo sentimiento de volver… pero ojalá con un método más práctico que los eternos viajes en los trenes alemanes: si bien se pueden aprovechar ofertas de pasajes convenientes para el bolsillo del estudiante medio, éstas lo redirigen a hacer tramos por poco eternos en trenes regionales, desplazándose de tren en tren, convirtiéndonos en reyes de la espera en los andenes y verdaderos especialistas en temas de recorridos, horas, vagones – y vagonetas – y estaciones. Por ejemplo, el tramo Tübingen – Heidelberg se hace en auto en dos horas; en tren, nos demoramos más de cuatro, haciendo un paseíto por distintos destinos intermedios, cuya máxima diversión no es sino constituida por una máquina de café en el andén (contémplese en la foto a srta. Cony disfrutando a concho su espera en el Andén)

Ahora sí puedo cerrar este posteo, quizás por mucho más interesante - o interesable - que lo que era cuando fue concebido. Como se anotó arriba, ya pasado mañana parten mis auspiciadores desde Santiago hasta estas latitudes, cosa que me tiene muy entusiasmado. Lo que valga la pena contar – y a veces lo que no – será debidamente reportado, registrado, fotografiado, grabado en video y conservado. Si tienen suerte y se comen toda la comida, tal vez sean subidos a la wé.

Un abrazo grande desde Heidelberg,
Cristián

6 comentarios:

Unknown dijo...

Hola Cristián:
¡Notable la visita al relojero....!
Llevaré un reloj viejo que, ojalá, agote la pila para cambiarla.
Si no ocurre eso, igual podemos visitarlo para cotizar un reloj cucú, sin ninguna alusión personal, que reemplaze tu presencia en Santiago.
Un abrazo y ya nos vemos.
Tu sponsor principal.

Unknown dijo...

Cristián,
excelente tu blog, por no decir "ausgezeichnet". Por eso levanto mi brazo derecho al horizonte y digo "Heil Blog!".
Pasadlo bien con los chekos y con su historia tan rica e interesante que deja tanto que enseñar, destacando por ejemplo lo que ocurrió en ese período anterior al otro que también fue muy característico y especial. En fin, sin detallar más, se despide de la más afectusa de las formas posibles, Karlsruheanamente,
Nacho Mena

Tere dijo...

Amiguito! Muchos besos a la distancia.

Acá el frío hace recordar las piscolas y pelás de cable compartidas sin distinción de clima, edad, sexo o època del año.

Sigue contando la vida, no me pierdo las aventuras.

Luis Placencia dijo...

Estimadísimo: Qué emoción ver a mis tres grandes amigos!!! La verdad es que casoi lloro de emoción (y no es broma).
Ya, los dejo, porque de verdad he podido sentir sus presencias y tufo cerveza desde aquí, mi escritorio donde se amontonan como siempre pruebas de Kant y resuena la "heroica" que acompaña en el invierno santiguiano.

Un abrazo Eodríguez, y escribe aunque sea de cualquier cosa.

PS: El relojero es notable, si es el que yo conocí. Es el de Plöck? Si es ese el caso, la Uhrbatterie del mío proviene de ese mismo lugar.

onca dijo...

Cristian, !!te pasaste!! hasta cuando no tienesnada que contar, lo haces de una manera amena y entretenida. Te felicito por tus dotes literarias y en cada posteo nos dejas conocerte un poco mas.
Disfruta la estadia de tus papás y siga posteando.
Un beso, ONCA

Francisca Vial dijo...

Ante tu evidente desapación y la escasa posibilidad de que no hayas recibido mis mails.. te dejo saludos y la -casi- exigencia de que aparezcas ... por lo menos en un minimo mail que informe que sigues vivo.. jaja. Y saber qué fue de tu viaje con tus papás.. y del intercambio en general
un beso!