¡Ándate cabrito, que se viene!
Han pasado sucesivas cosas – en realidad siempre las cosas pasan sucesivamente – y además han pasado muchas cosas en estos últimos días desde mi último reporte, por lo que apréstensen para una fecunda lectura. Hagan espacio y tiempo. Procedo entonces – suprimiendo la segunda persona singular que tantas inquietudes te causó – por partes, como ya se acostumbra:
I. Stuttgart ( 17 – 19 abril)
Los primeros recuerdos de haber escuchado alguna vez el nombre Stuttgart se remontan a algún lejano domingo de mi infancia temprana, viendo algún programa deportivo en el cual se hablaba de un campeonato de tenis. Probablemente, el campeonato de Stuttgart. No tenía idea que la misma ciudad era la capital del estado de Baden–Württemberg, ni mucho menos que había sido la cuna de Hegel, al igual que de muchos stuttgartienses más. Le plugo al destino – previo mandato divino – que Diana Aurenque, chilena, casada, doctorando de Filosofía en la Universidad de Freiburg, (poniéndose unas sexies polainas en la foto) a quien conocí por allá el 2005 en la biblioteca del Goethe-Institut, Santiago, Esmeralda 650, estuviese establecida en la ciudad mencionada con Markus Schüller, alemán, casado, ingeniero medio-ambiental, quien es, a la sazón, su marido. Ya por el 2006, había abusado de su hospitalidad, quedándome con ellos en su nidito de amor que por ese entonces tenían en Köln y luego con los Schüller en el encantador y sacado-de-cuento pueblito de Tiefenbronn, al sur. Con todo esto de trasfondo – y sobre todo el borroso recuerdo de un campeonato de tenis – coordinamos con la Diana para que pudiera nuevamente inmiscuirme en la intimidad de su departamento de matrimonio joven. Así, ni perezoso ni mucho menos corto, tomé el tren a Stuttgart el jueves 17, llegando sin problemas. Fue agradable, tras ya meses en Heidelberg, llegar a una ciudad ciudad, de calles grandes, edificios, grandes barrios residenciales y parques extendidos. Al igual que la gran mayoría de las ciudades grandes alemanas, Stuttgart fue poderosamente bombardeada en la 2. Weltkrieg por lo que no se conservan construcciones de su anterior grandeza. Por lo mismo, tiene una arquitectura contemporánea muy interesante, paseándose entre edificios del 50, del 70 y del 90. Al mismo tiempo, y en un fuerte contraste a mi querida Heidelberg, parte importante del centro de la ciudad está dedicado a jardines y parques, como también a museos y galerías de arte. Sin ir más lejos, con el matrimonio Aurenque-Schüller fuimos a una exposición de fotografía sobre la realidad política en Corea del Norte. El departamento quedaba a algunas cuadras del centro de Stuttgart, y lo tenían muy bien arreglado y amoblado (i.e. en la foto la pieza de estudio, donde me tocó dormir). Era claramente un avance respecto del primer sitio que les conocí en Köln. Se nota que a Markus le está yendo bien en la pega. Está demás decir, también, que con la Diana nos pasamos parte importante del fin de semana conversando de filosofía bzw. de filósofos, tanto vivos como muertos, por sobre todo Heidegger, su actual peluche regalón, sobre el cual realiza su tesis doctoral. Al igual que el 2006, quedé inmensamente agradecido por el recibimiento, pródigo en amistad y rico en hospitalidad.
II. El Jorge Peralta y die Antonia (19 abril)
No bien volvía yo a mis tierras de Heidelberg, cuando esa misma noche, previas conversaciones con algunos autóctonos, partimos con el resto de mis convivientes al quasi obligatorio carrete de sábado en la noche. Llegando a tomar el bus – acá se carretea a pie, ¡salvaje! – se nos acerca un tipo y nos pregunta: “¿Chilenos?”. “Sí” contesté, como siempre, mirando de arriba abajo al interrogador. Para resumir la conversación, era Jorge Peralta, natural de Maullín, estudiante en Valdivia y actualmente haciendo la práctica de ingeniero acústico en Friedrichshafen, ciudad chica al sur, en la costa del Bodensee – lago fronterizo con Suiza – quien había ido por el día a Heidelberg, a encontrarse con Antonia, natural de Berlín, estudiando en Münster, y actual polola de Jorge. A esas horas respectivas de la noche, ya habían perdido sus respectivos trenes para volverse a sus respectivos lugares. Mirándonos respectivamente nuestras caras, los invitamos a que se nos unieran en el carrete y luego, si les placiere, podrían quedarse con nosotros en la Europahaus. La alternativa entre el frío de los andenes de la estación de Heidelberg y el cariño y calidez que puede ofrecer un hogar saturado de chilenos e italianos como el nuestro se inclinó levemente hacia nuestro favor. Un dato importante: Jorge también era músico y andaba trayendo su guitarra, instrumento que yo no había tocado desde algún carrete medio decadente en el febril Santiago de febrero. Así, partimos todos juntos, con nuevos amigos y guitarra, cantando – y bailando – canciones de los más salpicados colores y sabores en las micros y trenes que debíamos tomar. A propósito de tomar, pensaron que estábamos alcoholizados. Al ritmo de “Negro José” incluso nos atrevimos a soltar un sombrero, pero no cayeron más que miradas extrañadas y una que otra sonrisa furtiva ante una panorama tan pintorescou. El carrete considerado en sí mismo (secundum se, an sich) no estaba tan bueno, por lo que volvimos y nos tomamos algo en el camino. Finalmente, los instalamos en una pieza y después de almuerzo partieron de vuelta a sus ciudades, no sin antes materializar su agradecimiento en una botella de vino y chocolates, el primero deprimentemente malo, a la vez sabrosos los segundos. (Nota de la redacción: dadas las circustancias fortuitas de los eventos, no hubo registro fotográfico de este apartado. Las imágenes mostradas tienen fines estrictamente ilustrativos y no se corresponden con la realidad de los acontecimientos. Por su comprensión, gracias.)
Ante tal seguidilla de acontecimientos, se me gatilla una reflexión entre ser recibido en un lugar y recibir a alguien, la reciprocidad, la hospitalidad mutua, y todo eso. Pero la reflexión se acaba rápido y sigamos con un plato fuerte.
III. España, (20 – 27 abril)
Parte 1: Pamplona
Una figura sin duda decisiva en mi decisión de dedicarme a la filosofía fue el profesor argentino Dr. Alejandro Vigo, ex profesor de la U. de los Andes y de la PUC, y actualmente profesor de la Universidad de Navarra. Como esta gente se aburre de tanto de leer libros, a veces organizan congresos, para aburrirse todos juntos comentándolos. Así, el profesor Vigo organizó un congreso sobre “Racionalidad Práctica”, uno de sus temas de aburrimiento favorito. Esto se convirtió en la excusa perfecta para viajar a Pamplona – donde se ubica la Universidad de Navarra – entrevistarme con Vigo y ver a varios conocidos que también habrían de estar allá. El primero de ellos fue Orlando Poblete, chileno, soltero, doctorando en la Universidad de Navarra, quien me recibió en su piso compartido con puros filósofos y con quien pasamos un buen rato riéndonos, tanto de las conferencias del congreso, como también de los videos ocultos del profesor Rossa, que por algún motivo resurgieron con una nueva simpatía para nosotros. También estuve con los profesores Cristóbal Orrego, Joaquín García Huidobro y Mariano Crespo, curiosamente, con quienes en alguno u otro momento de la carrera me ha tocado trabajar como ayudante investigador. Además, el prof. Crespo trajo consigo –según sus palabras – una Schultüte que me mandaron desde Chile, manjar y pisco inclusive. Además pude conocer varios profesores y estudiantes, lo que es siempre estimulante, interesante y conveniente. Algunas notas sobre Pamplona: me pareció ser una ciudad bastante ordenada y limpia, con un casco antiguo bastante bonito – donde se hace la famosa corrida de San Fermín – y con una mayoría importante de estudiantes universitarios, lo que le da un giro distinto a la vida urbana. La Universidad misma se ubica en dirección al sur de la ciudad, y se caracteriza por tener sus edificios distribuidos por un tremendo parque que es el campus – a diferencia de las universidades de acá, situadas en plena zona urbana –. Los edificios – curiosamente al igual que en Stuttgart – son en su mayoría construcciones de arquitectura contemporánea. Todo esto hace de la visita a la Universidad una experiencia estética bastante impresionante, como se puede apreciar en algunas de las fotos. Una excelente biblioteca y infraestructura en general complementan esta impresión. (Cuento simpático: para entrar a cualquiera de los edificios pertenecientes a la universidad – salvo la clínica – hay que pasar la credencial por una máquina, lo que me recordó por un segundo el metro de Santiago y la nostálgica tarjeta Bip! El drama fue que yo no tenía esa tarjeta, ni tampoco me pude conseguir una por lo que me tuve que pasar toda la semana pidiendo por favor que me dejaran pasar, que yo venía de visita, que era chileno, etc. etc. Insisto: todos y cada uno de los edificios, sin excepción.)
IV. España, (20 – 27 abril)
Parte 2: Homo Viator
Obviamente no hay ningún vuelo o tren Heidelberg – Pamplona, no faltaba más. Luego, los tránsitos – tanto de ida como de vuelta – fueron de la siguiente manera: bus Heidelberg – Frankfurt, avión Frankfurt – Santander, bus Santander – Bilbao, bus Bilbao – Pamplona. Súmese, por favor, los ratos de espera en cada conexión. O sea, prácticamente un día entero. No obstante, como soy un tipo naïve, optimistón y fácil de engañarme, mirando al horizonte (cfr. foto) decidí intentar sacarle el lado bueno a estar tanto tiempo en condición de homo viator. De partida, en total me leí casi dos libros enteros entre la ida y la vuelta. Pero además, aproveché para conocer las ciudades en el medio. De Frankfurt no vi mucho – esto es Frankfurt-Hahn, un aeropuerto chico ubicado bastante lejos de Frankfurt donde realmente no hay nada más que el aeropuerto – porque no había mucho que ver. Por Bilbao me di un par de vueltas, pero no me convenció mucho: me pareció una ciudad un tanto hostil, sea por el carácter de la gente, sea porque todos los carteles y avisos están escritos en español y en vasco – ese idioma raro lleno de zetas y kas –, sea porque la autopista por la que entraba el bus a la ciudad, estaba rodeada de edificios llenos de carteles – también bilingües – diciendo “autopista fuera”, “basta de mentiras”. En fin, me pareció hostil.
Todo lo contrario con Santander, puerto con el cual tuve un a particular historia que paso a deletrear: a la ida había estado un poco menos de una hora en Santander, tiempo suficiente para llevarme una grata impresión de la ciudad, de su catedral románica de piedra blanca, de su costanera junto al mar, de su increíble “Parque de la Sotileza”, pero tiempo insuficiente para verla más a fondo. Lástima. A la vuelta, contaba también con un poco más de una hora, que valió la pena para seguir paseando, almorzar algo y despedirme de la capital de Cantabria, para luego dirigirme al aeropuerto, con un bus especial. Mas le plugo al destino – previo mandato divino – que llegase al aeropuerto y no hallase mi vuelo. Miré fijamente la pantalla de salidas para ver si aparecía, pero no hubo caso. Busqué con la mirada el counter de RyanAir, para encontrar soluciones o consuelo, pero no hubo caso. Revisé mis papeles del vuelo… y ahí sí hubo caso. El vuelo 4476 no era a las 17:25 del 26... sino ¡del 27! Siempre fui educado en la costumbre de llegar con tiempo a los lugares, pero esta vez llegué 26 horas antes del vuelo. Un poquito too much. Tras las autoreprimendas de rigor, las maldiciones a las facultades de la inteligencia y la memoria, los cabezazos espontáneos, reiterados e in crescendo contra la pared, y la tranquilización posterior, asumí mi facticidad: me tenía que quedar un día más en Santander. ¡Enhorabuena! Así, tomé el bus de regreso a la ciudad, peregriné en busca de alojamiento hasta que dí con la simpática y conveniente “Hostal La Mexicana”, en pleno centro de la ciudad. De ahí en adelante, todo fue hacer turismo, recorrer Santander y sus rincones. Es una suerte de “Valparaíso español”, en la medida que es un puerto empotrado en las laderas de varios cerros distintos, lleno de calles bruscamente inclinadas, distintos niveles y terrazas. Asimismo, no tenía la pulcritud de Pamplona y se notaba ser una región más pobre y sufrida, tanto por la suciedad, la arquitectura, los grafittis o la gente. Sin perjuicio de lo anterior, me pareció que tenía un encanto particular, junto con el aire marino que se podía respirar al recorrer los parques que bordean prácticamente toda la bahía de Santander. En fin, me gustó. Pero recuerden que yo soy idealista e inocentón, así que quizás si ustedes viajan a Santander, la encuentren una porquería. El autor no se hace responsable por las interpretaciones
que, eventualmente, no representen necesariamente el pensamiento del blog.
Llegado hace ya un par de días a Heidelberg, ahora estoy en plan de retomar normalmente los estudios tras esta semana y media de ausencias. Además, acá ha habido cambios: Xiaoling, la enigmática y conflictiva estudiante china, decidió marcharse de nuestro departamento, y cambiarse de pieza con la Carla, chilena, soltera, estudiante de Psicología en la U. de Chile, quien se domiciliaba hasta ese entonces en la pieza de arriba. Si bien nunca los conflictos llegaron a los extremos graficados en la foto, sí estabamos nosotros también un poquito chatos de ella: acumulación ilícita de platos sucios en el lavaplatos, exceso de aromas desagradables en la cocina, utilización indebida de artefactos de aseo e higiene personal, entre otras acusaciones. Ella a su vez, se quejaba que metíamos mucho ruido y no la dejábamos dormir. En definitiva: solución digna de “Caso Cerrado”: quedamos todos extremada e espasmódicamente felices. Y ante la objeción de “ahh… pero entonces ahora van a hablar todo el día en castellano”, hay que decir que no ha lugar, porque la Carla siempre pasaba metida acá todo el día, así que no es nada nuevo. ¡Chaolín Xiaoling! (venimos con esa talla desde que supimos que se llamaba así...)
Doy por cerrado el informe, felicitando a los que llegaron hasta acá. A estas alturas, la exhaustividad de la lectura de cada uno de ustedes me sirve como una medida cuantificable de la estima y el cariño. Más aún me sirven las respuestas, comentarios, correos o cartas físicas que me quieran hacer llegar. Y el que no quiera, que no quiera. Acá nadie obliga a nadie (salvo en los cachos).
Un abrazo muy grande a todos; ¡ya los echo de menos!
Cristián
Agrego otras fotos curiosas:
Una advertencia para mí....
(Stuttgart)
.... y otra que incluye a los colegas.
(Santander)