lunes, 26 de mayo de 2008

Nada y algo que decir

Viernes 23 de mayo

No sé si deba partir pidiendo perdón, porque no he hecho nada malo. No han sido pocos los que hasta ahora me han estado pidiendo otro informe, que hace tiempo que no escribes, que por qué te demoras tanto, que si no escribes pronto vas a perder a tus auspiciadores, que no habrán más solazamientos si a tales intervalos has de escribir, etc. Y pregúntome, ¿es menester escribir que no tengo nada nuevo que contar? Finalmente llegue al plateau del intercambio: al punto donde todos los días son como todos los días, aunque constituza una experiencia siempre nueva, siempre sorprendente z siempre con nuevos desafíos –como intentar no confundirse entre la “z” y la “y” al tipear en los computadores alemanes- pero, sin perjuicio de todo eso, también se vuelve una misma experiencia unitaria. Hasta la más inestable de las actividades – digamos, entrenar un equipo de handball de maníaco-depresivos – se puede convertir en un rutina. Ojo, no hay ningún tipo de juicio de valor en este hecho, tan solo se arrutiniza, como siempre, como a todos.

Estas últimas dos o tres semanas han corrido como si nunca me hubiera venido, o bien, como si siempre hubiera estado acá. No hay novedades, no hay grandes proezas que contar, no hay temas urgentes que subir. Por eso casi no había blog. Quizás podría llenar una columna con nimiedades del estilo “en mi camino a la Universidad, siempre paso por una relojería llena de relojes antiguos. Un día, obligado por un cambio de batería de mi reloj, entré y escuché una suerte de marea tenue y rítmica, que casi se podría haber respirado. Un viejito de ojos azules, como cristales de reloj, me atiende con un alemán de libro y una sonrisa de varias décadas. La marea de segunderos de fondo tiñe todo el cuadro. No sé cuánto le tomó cambiarme la batería, pero se vivió como en otro mundo, en otro tiempo, violentamente tocado por este tornado de segundos. Desde entonces no he vuelto a entrar, pero paso todos los días religiosamente por ahí y miro los relojes, dando péndulos y segundos al mundo, y luego miro al mío, para ver si logro convencerlo de que agote una vez más su batería, de modo que tenga la excusa perfecta para volver a entrar y vivir ese momento de hace algunas semanas”, pero a mi juicio, no tiene sentido hacer viajar todos estos bytes miles de kilómetros, para leer cosas como esas. Para eso, que cada uno vea su propia vida y sus propias nimiedades. O también podría dedicarme a describir los autóctonos, probablemente partiendo con un cliché del estilo “los estudiantes alemanes son un tipo de personas muy particular. Ocupan el punto medio exacto entre los estudiantes – pocos – apasionados que tenemos a veces en Chile, y el ganado indiferente que pobla nuestras praderas, como si no estuviera estudiando – o peor aún, como si fuera una obligación hacerlo –. El alemán universitario cae al medio, mostrándose interesado por sus carreras – acá lo normal es estudiar al menos dos, una como principal y otra secundaria – pero sin limar el tubérculo (o rallar la papa) como algunos que yo conozco. Luego, se toma con un cierto grado de profesionalismo su estudio, lo que, por ejemplo, hace casi inconcebible hacerse amigo de sus compañeros. Yo estoy haciendo cinco cursos distintos, y me he podido acercar solamente a un compañero, sin que me mire con una cara de yo ser una suerte de extraterrestre al intentar entablar una conversación amena y cordial post-clases.” Pero no creo que sea de interés general describir la fauna del lugar; mal que mal, todo lugar tiene su fauna, y si nos ponemos opservadores, vamos a pillar distintas características de cada fauna. Por lo tanto, nada que contar. Porque tampoco tiene sentido que me ponga a decir “en general, la vida en el departamento con las cuatro chiquillas tiene un ritmo parejo. Siempre con Lisa – la italiana de Bergamo – somos los primeros en amanecer y tomar desayuno en la cocina, mientras ya aparece alguna de las dos chilenas – generalmente la Carla – con una cara de ultratumba, y luego, la segunda italiana, o bien la italianalemana Maria Lucia, que usualmente tiene horas al doctor, en horarios insólitos (i.e 8:23 am) y por lo mismo, llega apurada a tomarse el resto del espresso que hizo Lisa. Si sale todo en orden, le corresponde aparecer a la segunda chilena, sobre todo quejándose porque puse la música muy fuerte para ser las 8 de la madrugada” pero cada uno de ustedes también tiene sus mañanas con sus momentos particulares, con los encuentros cotidianos, con lo que pasa y deja de pasar todos los días, por lo que no tiene nada de especial ni de particular ponerme a narrar esas cosas. “¿Ah? ¿Para eso viajó a Alemania este gil? Cualquiera puede escribir lo que pasa todos los días…” Por eso mismo, en un profundo acto de respeto, no he querido escribir contando cotidianiedadeces, que todos tenemos, valga la rebuznancia, todos los días. Menos aún voy a mandar fotos de las clases, los sexies pijamas del desayuno, o de las encantadoras calles de piedra que pisoteo minuto a minuto cuando no estoy ni en la casa ni en la Universidad.

Algo que sí puedo contar – y que quizás es la única excusa para todo este posteo – es el hecho que el próximo martes 27 se apersonan nadie más ni nadie menos que… ¡mis papás! Exacto. Los mismos que alguna vez tuvieron que aguantarse una serie interminable de “actuaciones de fin de año” en el jardín infantil, los mismos con los cuales mantenía batallas campales por “comerme (o no) toda la comida”, precisamente aquellos quienes desde el principio estaban casi más entusiasmados que yo con la idea del intercambio. (¿Será porque les quedó el departamento entero para ellos solos? Hmm… sospechoso). El martes próximo ya estarán llegando a Heidelberg, cámara al cuello y mapa en la mano, cual par de turistas cualquiera, de los cuales tanto desprecio entregamos cotidianamente acá. Después de estar todos los días haciendo un slalom para evitar cruzarse en los flash de cámaras japonesas, evitar chocar con españoles gritando “Mira Chabela, ¡que qué flipa’o está el castillo!”, evitar dar tumbos con gringos exclamando algo así como “qué pintorescou, pero no ser como nuestro viaje en Chile”, ahora me toca a mí ser uno de esos, acompañando a mis papás. Pero antes de eso, el plan es arrendar un auto y partir los tres hacia Praga, la gran ciudad de… de… República Checa donde pasó… pasó…. este… bueno, pasaron muchas cosas importantes para la República Checa, como por ejemplo…. claro, y tantas otras que no vale la pena seguir profundizando en detalles. Lo que sí es claro, es que Praga es bonita, una de las joyas de Europa, ciudad llena de tesoros arquitectónicos, de preciosos edificios, calles estremecedoramente empedradas y de checos. ¡Así que allá nos vamos! Encomendándonos a San Rafael – patrón de los viajeros –, a San Expedito – patrón de los viajes en carreteras rápidas sin límite de velocidad, como las alemanas – y a San Elearázaro de Fontaines – ver foto, a ese no lo conoce nadie, así que nos atiende altiro – emprendemos rumbo el miércoles para estar el domingo o lunes de vuelta acá. Se prometen fotos, anécdotas, narraciones simpáticas, concursos, regalos, videos para los nietos, vergüenzas ajenas, malentendidos con los idiomas, más fotos y videos, y, solamente si tienen suerte y mandan suficientes mensajes de texto al 7313 con las letras HB (de Heidel-Blog), quizás venga también otro posteo contando cómo anduvo todo eso.

Por ahora cierro este informe que vendría siendo algo así como un monumento al dicho: “El hombre es el único animal que duerme cuando no tiene sueño, come cuando no tiene hambre y habla cuando no tiene nada que decir”. (Guru Guru). Ahora sí pido el perdón mencionado al comienzo.

Post Scriptum: Domingo 25 de mayo

La contradicción es una parte esencial de nuestra naturaleza humana. Gracias a ella, las ruedas giran, los organismos microcelulares pujan por vivir y las leonas amamantan a sus cachorritos leones. Por esto, vengo a contradecir el “nada que decir” de todo lo que escribí anteriormente. Ahora sí tengo algo que contar.

Ayer sábado, 24 de mayo, tras algunas conversaciones protocolares, diplomáticas, emailíticas, plurifuncionales y multidirigidas, se llevó a cabo un paseo pendiente hace tiempo: Nacho "no todos los filósofos no son ingenieros” Mena, residente actualmente en Karlsruhe; Jorge “leo a Aristóteles y escucho hip hop” Torres, el mismo de Freiburg; y Gastón “de lo que no se puede hablar es mejor callar… y del resto, también” Roberts, otro filósofo también, intercambiado empero en Tübingen, nos habríamos de reunir en la ciudad del último suscrito. A esto se unieron mis dos cohabitantes chilenas, sc. Cony et Carla, que les pareció de lo más salvaje este paseo y se anotaron. Así inicióse el recorrido con el avanzar – siempre contradictorio – de un convoy a ruedas deslizándose a velocidades decrecientemente aceleradas por sobre tiras de hormigón puestas de manera paralelas a lo largo de un trayecto predeterminado. Evitándome el detalle de cada uno de los tramos recorridos, vale decir que llegamos la Cony, Nacho y yo al Bahnhof cerca de la hora de almuerzo, y fuimos recibidos por “dueño de casa” Gastón. A lo largo de la tarde se incorporarían al grupo la Carla, proveniente de Stuttgart y Torres, quien viajaba con un grupito de gente de Freiburg, todos bien juntitos haciendo un tourcito por los distintos lugarcitos. Hacia las 6 de la tarde ya nos encontrábamos, chilenos y chilenas, reunidos en la pieza del joven Gastón, escasa en metros cúbicos, mas rica en hospitalidad. Hemos de decir que entre las actividades de este grupo sui generis se contaron: cervezas en el parque, reflexión filosófica I, cervezas y pizzas en la cocina, reflexión filosófica II, pausa a cargo de los grupos alemanes de hip hop de Torres, reflexión filosófica IIb (profundización especializada con quasi ataques personales), discusión y comparación de apreciaciones empíricas feminarum teutonarum, etc. Un video inmortaliza el movimiento... matándolo:


Las chiquillas enfilaron de vuelta hacia Stuttgart, y los machos cabríos del pensar apareciente salieron cual cro-magnones de sus cavernas en búsqueda de algún carrete tubingano… y digno. Tras recorrer erráticamente a pie distancias equivalentes a cerca de cuatro veces el diámetro de la ciudad, terminamos finalmente – como podría ser de otro modo – en una fiesta en la así llamada Leibniz-Haus, en la cumbre de una colina, semejante a alguna de Valparaíso o la subida de Chucre Manzur. Allí halláronse una serie finita de mónadas distribuidas de manera heterogénea y caótica en torno a varios ambientes, la barra y sobre todo, frente a un telón gigante donde proyectábanse secuencias de dibujos abstractos. En algún otro cuarto se daban películas de cine arte, y los metafísico-culturistas nos decidimos por bailes de salón, en un sauna o pieza altamente acalorada, donde sonaban vivaces ritmos latinos y balcánicos (i.e. música de Kosturica). Tras las horas de permanencia, volvimos con sendas sonrisas en los rostros nuestros, afirmando, al decir del Ing. (c) Mena, que fue “la mejor de las fiestas posibles”. Todo gracias a Leibniz. Cómo podría ser de otro modo.

Cuatro lolitos varones en un cuarto pensado para uno = no tiene precio. Y por supuesto tampoco tiene espacio para todos durmiendo cómodamente, por lo que algunos hubieron de dormir directamente en el suelo. Sin perjuicio de eso – ni de las Kater producto de algunos beberajes espirituosos de la noche anterior – dimos algunas vueltas por Tübingen el domingo en la mañana, recorriendo el Neckar y viendo con admiración y pavor – y algo de envidia – la amarilla torre donde Hölderlin pasó los últimos años de su vida, encerrado, loco y filosofando. Un almuerzo a cargo de Turquía vendría a ser el preparativo para un apacible yacer en los prados tubínguicos, viendo como los alegres y pícaros estudiantes alemanes se solazaban jugando paletas, caminando sobre la cuerda floja o ensirviéndose un melancólico pic-nic.

Algunas apreciaciones sobre Tubinga: ciudad definitivamente universitaria – más aún que Freiburg o Heidelberg – dicho de otra manera, es “una universidad que tiene una ciudad”. Su encanto radica en sus calles empedradas e inclinadas, repartidas como sin querer ni orden alguno, sus casas coloridas de estilo “alemanisch” según el documentado Lic. (c) Torres. Sus parques y el fluir del Neckar – ¡el mismo río de Heidelberg! – le añaden un aire bucólico y romanticón, que se enfrenta a menudo con las armónicas y guturales canciones nocturnas de los estudiantes borrachos. La primavera en ciernes se encargó de emperifollar a la ciudad para nuestra visita, dejándonos con un profundo sentimiento de volver… pero ojalá con un método más práctico que los eternos viajes en los trenes alemanes: si bien se pueden aprovechar ofertas de pasajes convenientes para el bolsillo del estudiante medio, éstas lo redirigen a hacer tramos por poco eternos en trenes regionales, desplazándose de tren en tren, convirtiéndonos en reyes de la espera en los andenes y verdaderos especialistas en temas de recorridos, horas, vagones – y vagonetas – y estaciones. Por ejemplo, el tramo Tübingen – Heidelberg se hace en auto en dos horas; en tren, nos demoramos más de cuatro, haciendo un paseíto por distintos destinos intermedios, cuya máxima diversión no es sino constituida por una máquina de café en el andén (contémplese en la foto a srta. Cony disfrutando a concho su espera en el Andén)

Ahora sí puedo cerrar este posteo, quizás por mucho más interesante - o interesable - que lo que era cuando fue concebido. Como se anotó arriba, ya pasado mañana parten mis auspiciadores desde Santiago hasta estas latitudes, cosa que me tiene muy entusiasmado. Lo que valga la pena contar – y a veces lo que no – será debidamente reportado, registrado, fotografiado, grabado en video y conservado. Si tienen suerte y se comen toda la comida, tal vez sean subidos a la wé.

Un abrazo grande desde Heidelberg,
Cristián

viernes, 9 de mayo de 2008

Una semana más... que se va...


Ninguna semana es exactamente igual a otra, aunque todas tengan exactamente la misma cantidad de minutos. Por más monótona que tienda a ponerse la vida, siempre hay algo, una cosita, un detalle, un algo, un encuentro que convierte esa semana en distinta a todas las demás, aunque tenga exactamente la misma cantidad de minutos. Este principio – Principio de Indistintividad de las Semanas – también se aplica acá en Alemania. Después de las movidas semanas de Stuttgart y Pamplona descritas en el informe anterior, pensaba yo en algunos días más tranquilos y reposados para finalmente retomar el ritmo del estudio y esa cosa por la que alguna vez vine acá, léase la universidad.

Y nada más simpático que una semana con feriado: el primero de mayo también es día del trabajador acá, a lo que se suma la infundada tradición del Thingstätte (pronúnciese algo así como “tingshtete”) que paso a describir.


Thingstätte

Hacia fines de los años 30, un tipo llamado Hitler mandó a construir en la punta del Heiligenberg un anfiteatro gigantesco. (Nota al margen: sucede un curioso caso de metonimia cuando se habla de cualquier cosa que pasó en el III Reich: siempre se dice “Hitler hizo esto”, “Hitler hizo esto otro”, cuando en realidad era todo un gobierno que estaba ahí, no lo puede haber hecho o mandado todo él solo.) Tal anfiteatro tuvo el fin inmediato de servir como sede para los mitines del National-Sozialistische Partei, donde además de tomar tecito, saludarse con palmotazos en los hombros y pasear a los niños, se reiteraban las consignas del partido, como la dominación mundial de la raza aria o la adoración perpetua al Führer. Desde entonces hasta ahora, no ha pasado casi nada, sólo que una guerra destrozó las ilusiones de todo ese tipo de gente – junto con que ellos destrozaran a otra gente y fueran ellos a su vez destruidos, enredo suficiente para que sea tabú para los alemanes – y el anfiteatro quedó ahí.

Los estudiantes heidelbergenses, tan pícaros y traviesos que son, no se les ocurrió nada mejor que inventar una fiesta ahí todos los 30 de abril, a saber, la víspera del feriado del 1 de mayo. “Es la tradición” me decían “tienes que ir, ¡todos van!” ¿Cómo no ser reducido a la sumisión absoluta con ese tipo de argumentos? Así, con lo simpática de la historia, nos pusimos de acuerdo junto con Julia – mi amiga alemana, que ya ha sido mencionada otras veces – y sus amigos para partir al cerro. De partida, era parte de la tradición, juntarse antes a tomar, aunque fuesen las 6 de la tarde.

Adjunto un video del camino, cruzando por el Theodor-Heuss-Brücke sobre el Neckar (Julia es la de rojo)

Luego, la subida. Por instantes, la trepada por el cerro me recordó travesías estilo San Cristóbal u otros cerros, allá por el sur de Chile, sólo que acá nos íbamos topando a cada rato con grupos tanto o aún más alcoholizados que nosotros que también – en la medida de lo posible – iban subiendo, gritando alemaneces que no logré entender, no por un problema de idioma sino por lo gutural de las expresiones. Las canciones de estadio también estaban a la orden del día. Tras probablemente una hora y media de haber estado subiendo – el alcohol también incide en la apercepción de la forma interna de la subjetividad pura, o sea, el tiempo pasa distinto – llegamos al famoso Thingstätte, cuando estaba casi oscuro. A pesar de que acompaño con fotos la escena, intentaré ser prolijo en la descripción. Un anfiteatro, hemicíclico y escalonado, rodeado de bosque – no se veía la ciudad, como sí se veía en el camino – donde cabrían, al ojo, unas 10.000 personas. Al centro un escenario, con una fogata gigantesca, rodeada de gen

te de pie; luego, en una esquina del escenario, un grupo de negros con tambores tocando algún ritmo entre frenético e hipnótico, que daban la sensación de ser una maquinita que les estuvieron metiendo fichas constantemente, porque no pararon en toda la noche. Lógico, rodeados por una serie de alemanes intentando moverse como – y contra – algunas escasas latinas que batían sus ancas compulsivamente. Hacia la parte del “público” se ubicaba la “gallá”, instalada en grupos, algunos en torno a una pequeña fogatita o algunas bengalas, y la idea era sentarse ahí y, como dirían nuestros lolos, “carretear”. Como ya estaba más oscuro que la administración del Mineduc, el plan general y lo que la tradición dictaba era quedarse hasta al amanecer,

para poder bajar con luz. Pero, en estricto rigor, no pasaba nada: sonaban los tambores, salían uno que otros payasos a jugar con fuego, y seguía llegando gente. Nada de escenario y animación, nada de un concierto o algo por el estilo, nada de un DJ, nada de rituales o similares. Carrete por el carrete en sí, cosa que me pareció y me sigue pareciendo un tanto rara, por no decir ilógica. Agrego otro video, para que se hagan una idea del ambiente (el ruido de fondo era constantemente así).



Más encima, mi extrañeza se convirtió paulatinamente en disgusto, cuando Julia y otros de sus amigos comenzaron a exteriorizar su estado etílico, dándose vueltas por todos lados y dejándome botado con unos alemanes nuevos, aún más fomes que yo (izq. abajo en la foto) Ante ese panorama, tras darme varias vueltas, ver si encontraba a alguien conocido o algo de sentido, decidí emprender retirada ylogré encontrar otro alemán en la misma onda que yo, así que nos fuimos juntos cerro abajo. De Julia no supe más, hasta un mail que me mandó al día siguiente pidiendo perdón por su comportamiento. Yo sigo recordando con extrañeza esa situación, sin lograr entender. Quizás si hubiese estado con mis amigos, la cosa habría sido distinta, o quizás no. En fin, otra alemanada más para nuestros registros.

Freiburg

Día jueves pasado en la noche recibo un mail de Jorge Torres, chileno, estudiante de Filosofía PUC, actualmente intercambiado en Freiburg, diciendo que me fuera por el fin de semana. Qué me han dicho. Rápidamente hice las gestiones de rigor y partí el viernes en tren(es) a la hora de almuerzo. Hago primero una descripción de la ciudad: a pesar de que es apenas un poco más grande que Heidelberg, Freiburg es mucho más una ciudad ciudad – una richtige Stadt – con distintas clases sociales, delincuencia, vagos y asociales en las calles, etc. Pero sin perjuicio de eso, es una ciudad increíble: de partida es ciudad universitaria, con una tradición filosófica que sobrepasa por lejos su tamaño. Las figuras de Husserl y Heidegger se ciernen cual dos robles gigantescos a la sombra de los cuales brotan callampitas en la actual universidad. También podríamos llamarla la meca de los fenomenólogos. La ciudad misma, a diferencia de Heidelberg, tiene mucho verde – también en el parlamento regional – lo que se agradece. El sólo olorcillo a bosque, al estar rodeada por cerros verdes, penetra por todos los barrios, especialmente el barrio pituquito en donde está viviendo Jorge. Además, los estudiantes, tan traviesos y pícaros como los de Heidelberg, suelen irse a las distintas Wiesen – explanadas verdes, algo así como una cancha de fútbol – a echarse, hacer asados, jugar fútbol o simplemente “amarse” bajo los árboles y sobre el pasto. También llama la atención la Stusi (abreviación de Studentensiedlung, literalmente “el asentamiento de estudiantes”), un barrio de unas 20 residencias de estudiantes, construidas en torno al Seepark, lago al medio de la ciudad que recibe y aguanta a toda la chusma universitaria de Freiburg, y más heroicamente aún, a sus estudiantes de intercambio.

La estadía con Jorge estuvo muy buena, ya que nos reencontramos sin habernos visto desde diciembre y nos pegamos sus buenas filosofadas, con airadas discusiones incluidas – por momentos apunto de caer en las descalificaciones personales… ¡qué lindo! – como también con profusas conversaciones sobre su tesis sobre el tiempo en Aristóteles, amante celoso que lo tiene consumido en estos meses (en la foto, la estatua de Aristóteles a la entrada de la Freiburg-Universität, compuesta de bronce y de forma de Aristóteles). Esto empero no impidió que hiciéramos varios paseos por la ciudad, como también los carretes de rigor con las amistades de Jorge por allá. Sin ir más lejos, nos fuimos bastante lejos – tuvimos que conseguirnos bicicletas para ir – a un equivalente de lo que serían las fondas alemanas, en un área hacia las afueras de Freiburg. Ahí los “huasitos alemanes”, de ojos azules y chaquetas Nautica, pasaban emborrachados, arriba de las mesas cantando Volkslieder (canciones del pueblo) con un tonito gutural que me recordó el Thingstätte. También tuvimos carretes más normales. A la vuelta, logré coordinarme con una tal Olga Krebs para que viajáramos juntos en esta cosa maravillosa que es el Mitfahren, de modo que me ahorré una hora de viaje y ocho euros en comparación a lo que me habría salido volver en trenes.

Reflexión del ombligo

No es que ahora me vaya a poner a divagar en torno a la curiosa y sugerente formación cutánea que todos tenemos, con mayor o menor grado de gracia, en la mitad del abdomen, sino más bien que, a pesar de que no me he detenido a sacar la cuenta exacta, me estoy dando cuenta que hállome en la mitad del intercambio. Definitivamente ya pasó la luna de miel, que me duró bastante y por ahora, me siento bastante instalado, como si llevara un buen tiempo viviendo acá. El idioma, que claramente todavía no manejo ni cerca de la fluidez de la gente que lleva años acá, no es una complicación mayor ni motivo de preocupación, como lo estuvo siendo en algunos momentos. Ya estoy agarrado al ritmo del estudio, que claramente es menor al chileno pero mucho más pensado para que el alumno trabaje por su cuenta sin estarlo chicoteando. Al mismo tiempo, me ha permitido poder dedicar un buen tiempo a mi futura tesis, leyendo y revisando cosas que quizás no vaya a tener a la vuelta en Santiago. Como comentábamos ayer con las chiquillas, estamos todos con la sensación de que queda poco de tiempo, de que hay que empezar a hacer las cosas que hemos estado chuteando, que, si bien no nos vamos mañana, tampoco tenemos “todo el semestre por delante”, como pensábamos cuando estábamos en marzo. Más encima, el clima se puso violentamente caluroso, pasando de días indecisos con lluvia, sol y nieve al mismo tiempo, a un clima linealmente caluroso, no de primavera sino frontalmente de verano. Definitivamente, el tiempo en estas regiones de Alemania es una locura. Y qué más puedo agregar, estoy bien y contento de cómo ha andado todo hasta ahora, imposible mejor en realidad. No me podría quejar de no estar aprovechando esta experiencia, tanto por el lado académico, como por el personal, ni creo que me vuelva diciendo que “debería haber hecho esto, no haber estado tanto allá sino más acá”, etc. etc. La tentación de postular a un alargamiento del intercambio es constante, pero en términos reales, impracticable, pues me esperan varias responsabilidades insalvables a mi vuelta. Principalmente, la universidad (y si me quedo acá, me atrasaría todo un año más, no gracias).

Termino entonces acá el informe, dejándolos con más fotos del Thingstätte y de Freiburg, para vueso deleite.

Un abrazo grande y quedo expectante de sus comentarios o mails.

Cristián

Foto Heidelberg de noche, a la subida
del Thingstätte, con manos tembleques.
Lo borroso de esta foto es, en realidad, un efecto
para dar cuenta del estado mental de los presentes en ella:


Las infaltables fotos aéreas, esta vez, de Freiburg.

Un "artista callejero" alemán, dando jugo a la entrada del Münster (catedral) de Freiburg.



martes, 29 de abril de 2008

Un viaje dentro del viaje


¡Ándate cabrito, que se viene!

Han pasado sucesivas cosas – en realidad siempre las cosas pasan sucesivamente – y además han pasado muchas cosas en estos últimos días desde mi último reporte, por lo que apréstensen para una fecunda lectura. Hagan espacio y tiempo. Procedo entonces – suprimiendo la segunda persona singular que tantas inquietudes te causó – por partes, como ya se acostumbra:

I. Stuttgart ( 17 – 19 abril)

Los primeros recuerdos de haber escuchado alguna vez el nombre Stuttgart se remontan a algún lejano domingo de mi infancia temprana, viendo algún programa deportivo en el cual se hablaba de un campeonato de tenis. Probablemente, el campeonato de Stuttgart. No tenía idea que la misma ciudad era la capital del estado de Baden–Württemberg, ni mucho menos que había sido la cuna de Hegel, al igual que de muchos stuttgartienses más. Le plugo al destino – previo mandato divino – que Diana Aurenque, chilena, casada, doctorando de Filosofía en la Universidad de Freiburg, (poniéndose unas sexies polainas en la foto) a quien conocí por allá el 2005 en la biblioteca del Goethe-Institut, Santiago, Esmeralda 650, estuviese establecida en la ciudad mencionada con Markus Schüller, alemán, casado, ingeniero medio-ambiental, quien es, a la sazón, su marido. Ya por el 2006, había abusado de su hospitalidad, quedándome con ellos en su nidito de amor que por ese entonces tenían en Köln y luego con los Schüller en el encantador y sacado-de-cuento pueblito de Tiefenbronn, al sur. Con todo esto de trasfondo – y sobre todo el borroso recuerdo de un campeonato de tenis – coordinamos con la Diana para que pudiera nuevamente inmiscuirme en la intimidad de su departamento de matrimonio joven. Así, ni perezoso ni mucho menos corto, tomé el tren a Stuttgart el jueves 17, llegando sin problemas. Fue agradable, tras ya meses en Heidelberg, llegar a una ciudad ciudad, de calles grandes, edificios, grandes barrios residenciales y parques extendidos. Al igual que la gran mayoría de las ciudades grandes alemanas, Stuttgart fue poderosamente bombardeada en la 2. Weltkrieg por lo que no se conservan construcciones de su anterior grandeza. Por lo mismo, tiene una arquitectura contemporánea muy interesante, paseándose entre edificios del 50, del 70 y del 90. Al mismo tiempo, y en un fuerte contraste a mi querida Heidelberg, parte importante del centro de la ciudad está dedicado a jardines y parques, como también a museos y galerías de arte. Sin ir más lejos, con el matrimonio Aurenque-Schüller fuimos a una exposición de fotografía sobre la realidad política en Corea del Norte. El departamento quedaba a algunas cuadras del centro de Stuttgart, y lo tenían muy bien arreglado y amoblado (i.e. en la foto la pieza de estudio, donde me tocó dormir). Era claramente un avance respecto del primer sitio que les conocí en Köln. Se nota que a Markus le está yendo bien en la pega. Está demás decir, también, que con la Diana nos pasamos parte importante del fin de semana conversando de filosofía bzw. de filósofos, tanto vivos como muertos, por sobre todo Heidegger, su actual peluche regalón, sobre el cual realiza su tesis doctoral. Al igual que el 2006, quedé inmensamente agradecido por el recibimiento, pródigo en amistad y rico en hospitalidad.

II. El Jorge Peralta y die Antonia (19 abril)

No bien volvía yo a mis tierras de Heidelberg, cuando esa misma noche, previas conversaciones con algunos autóctonos, partimos con el resto de mis convivientes al quasi obligatorio carrete de sábado en la noche. Llegando a tomar el bus – acá se carretea a pie, ¡salvaje! – se nos acerca un tipo y nos pregunta: “¿Chilenos?”. “Sí” contesté, como siempre, mirando de arriba abajo al interrogador. Para resumir la conversación, era Jorge Peralta, natural de Maullín, estudiante en Valdivia y actualmente haciendo la práctica de ingeniero acústico en Friedrichshafen, ciudad chica al sur, en la costa del Bodensee – lago fronterizo con Suiza – quien había ido por el día a Heidelberg, a encontrarse con Antonia, natural de Berlín, estudiando en Münster, y actual polola de Jorge. A esas horas respectivas de la noche, ya habían perdido sus respectivos trenes para volverse a sus respectivos lugares. Mirándonos respectivamente nuestras caras, los invitamos a que se nos unieran en el carrete y luego, si les placiere, podrían quedarse con nosotros en la Europahaus. La alternativa entre el frío de los andenes de la estación de Heidelberg y el cariño y calidez que puede ofrecer un hogar saturado de chilenos e italianos como el nuestro se inclinó levemente hacia nuestro favor. Un dato importante: Jorge también era músico y andaba trayendo su guitarra, instrumento que yo no había tocado desde algún carrete medio decadente en el febril Santiago de febrero. Así, partimos todos juntos, con nuevos amigos y guitarra, cantando – y bailando – canciones de los más salpicados colores y sabores en las micros y trenes que debíamos tomar. A propósito de tomar, pensaron que estábamos alcoholizados. Al ritmo de “Negro José” incluso nos atrevimos a soltar un sombrero, pero no cayeron más que miradas extrañadas y una que otra sonrisa furtiva ante una panorama tan pintorescou. El carrete considerado en sí mismo (secundum se, an sich) no estaba tan bueno, por lo que volvimos y nos tomamos algo en el camino. Finalmente, los instalamos en una pieza y después de almuerzo partieron de vuelta a sus ciudades, no sin antes materializar su agradecimiento en una botella de vino y chocolates, el primero deprimentemente malo, a la vez sabrosos los segundos. (Nota de la redacción: dadas las circustancias fortuitas de los eventos, no hubo registro fotográfico de este apartado. Las imágenes mostradas tienen fines estrictamente ilustrativos y no se corresponden con la realidad de los acontecimientos. Por su comprensión, gracias.)

Ante tal seguidilla de acontecimientos, se me gatilla una reflexión entre ser recibido en un lugar y recibir a alguien, la reciprocidad, la hospitalidad mutua, y todo eso. Pero la reflexión se acaba rápido y sigamos con un plato fuerte.

III. España, (20 – 27 abril)
Parte 1: Pamplona

Una figura sin duda decisiva en mi decisión de dedicarme a la filosofía fue el profesor argentino Dr. Alejandro Vigo, ex profesor de la U. de los Andes y de la PUC, y actualmente profesor de la Universidad de Navarra. Como esta gente se aburre de tanto de leer libros, a veces organizan congresos, para aburrirse todos juntos comentándolos. Así, el profesor Vigo organizó un congreso sobre “Racionalidad Práctica”, uno de sus temas de aburrimiento favorito. Esto se convirtió en la excusa perfecta para viajar a Pamplona – donde se ubica la Universidad de Navarra – entrevistarme con Vigo y ver a varios conocidos que también habrían de estar allá. El primero de ellos fue Orlando Poblete, chileno, soltero, doctorando en la Universidad de Navarra, quien me recibió en su piso compartido con puros filósofos y con quien pasamos un buen rato riéndonos, tanto de las conferencias del congreso, como también de los videos ocultos del profesor Rossa, que por algún motivo resurgieron con una nueva simpatía para nosotros. También estuve con los profesores Cristóbal Orrego, Joaquín García Huidobro y Mariano Crespo, curiosamente, con quienes en alguno u otro momento de la carrera me ha tocado trabajar como ayudante investigador. Además, el prof. Crespo trajo consigo –según sus palabras – una Schultüte que me mandaron desde Chile, manjar y pisco inclusive. Además pude conocer varios profesores y estudiantes, lo que es siempre estimulante, interesante y conveniente. Algunas notas sobre Pamplona: me pareció ser una ciudad bastante ordenada y limpia, con un casco antiguo bastante bonito – donde se hace la famosa corrida de San Fermín – y con una mayoría importante de estudiantes universitarios, lo que le da un giro distinto a la vida urbana. La Universidad misma se ubica en dirección al sur de la ciudad, y se caracteriza por tener sus edificios distribuidos por un tremendo parque que es el campus – a diferencia de las universidades de acá, situadas en plena zona urbana –. Los edificios – curiosamente al igual que en Stuttgart – son en su mayoría construcciones de arquitectura contemporánea. Todo esto hace de la visita a la Universidad una experiencia estética bastante impresionante, como se puede apreciar en algunas de las fotos. Una excelente biblioteca y infraestructura en general complementan esta impresión. (Cuento simpático: para entrar a cualquiera de los edificios pertenecientes a la universidad – salvo la clínica – hay que pasar la credencial por una máquina, lo que me recordó por un segundo el metro de Santiago y la nostálgica tarjeta Bip! El drama fue que yo no tenía esa tarjeta, ni tampoco me pude conseguir una por lo que me tuve que pasar toda la semana pidiendo por favor que me dejaran pasar, que yo venía de visita, que era chileno, etc. etc. Insisto: todos y cada uno de los edificios, sin excepción.)

IV. España, (20 – 27 abril)
Parte 2: Homo Viator

Obviamente no hay ningún vuelo o tren Heidelberg – Pamplona, no faltaba más. Luego, los tránsitos – tanto de ida como de vuelta – fueron de la siguiente manera: bus Heidelberg – Frankfurt, avión Frankfurt – Santander, bus Santander – Bilbao, bus Bilbao – Pamplona. Súmese, por favor, los ratos de espera en cada conexión. O sea, prácticamente un día entero. No obstante, como soy un tipo naïve, optimistón y fácil de engañarme, mirando al horizonte (cfr. foto) decidí intentar sacarle el lado bueno a estar tanto tiempo en condición de homo viator. De partida, en total me leí casi dos libros enteros entre la ida y la vuelta. Pero además, aproveché para conocer las ciudades en el medio. De Frankfurt no vi mucho – esto es Frankfurt-Hahn, un aeropuerto chico ubicado bastante lejos de Frankfurt donde realmente no hay nada más que el aeropuerto – porque no había mucho que ver. Por Bilbao me di un par de vueltas, pero no me convenció mucho: me pareció una ciudad un tanto hostil, sea por el carácter de la gente, sea porque todos los carteles y avisos están escritos en español y en vasco – ese idioma raro lleno de zetas y kas –, sea porque la autopista por la que entraba el bus a la ciudad, estaba rodeada de edificios llenos de carteles – también bilingües – diciendo “autopista fuera”, “basta de mentiras”. En fin, me pareció hostil.

Todo lo contrario con Santander, puerto con el cual tuve un a particular historia que paso a deletrear: a la ida había estado un poco menos de una hora en Santander, tiempo suficiente para llevarme una grata impresión de la ciudad, de su catedral románica de piedra blanca, de su costanera junto al mar, de su increíble “Parque de la Sotileza”, pero tiempo insuficiente para verla más a fondo. Lástima. A la vuelta, contaba también con un poco más de una hora, que valió la pena para seguir paseando, almorzar algo y despedirme de la capital de Cantabria, para luego dirigirme al aeropuerto, con un bus especial. Mas le plugo al destino – previo mandato divino – que llegase al aeropuerto y no hallase mi vuelo. Miré fijamente la pantalla de salidas para ver si aparecía, pero no hubo caso. Busqué con la mirada el counter de RyanAir, para encontrar soluciones o consuelo, pero no hubo caso. Revisé mis papeles del vuelo… y ahí sí hubo caso. El vuelo 4476 no era a las 17:25 del 26... sino ¡del 27! Siempre fui educado en la costumbre de llegar con tiempo a los lugares, pero esta vez llegué 26 horas antes del vuelo. Un poquito too much. Tras las autoreprimendas de rigor, las maldiciones a las facultades de la inteligencia y la memoria, los cabezazos espontáneos, reiterados e in crescendo contra la pared, y la tranquilización posterior, asumí mi facticidad: me tenía que quedar un día más en Santander. ¡Enhorabuena! Así, tomé el bus de regreso a la ciudad, peregriné en busca de alojamiento hasta que dí con la simpática y conveniente “Hostal La Mexicana”, en pleno centro de la ciudad. De ahí en adelante, todo fue hacer turismo, recorrer Santander y sus rincones. Es una suerte de “Valparaíso español”, en la medida que es un puerto empotrado en las laderas de varios cerros distintos, lleno de calles bruscamente inclinadas, distintos niveles y terrazas. Asimismo, no tenía la pulcritud de Pamplona y se notaba ser una región más pobre y sufrida, tanto por la suciedad, la arquitectura, los grafittis o la gente. Sin perjuicio de lo anterior, me pareció que tenía un encanto particular, junto con el aire marino que se podía respirar al recorrer los parques que bordean prácticamente toda la bahía de Santander. En fin, me gustó. Pero recuerden que yo soy idealista e inocentón, así que quizás si ustedes viajan a Santander, la encuentren una porquería.

El autor no se hace responsable por las interpretaciones
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Llegado hace ya un par de días a Heidelberg, ahora estoy en plan de retomar normalmente los estudios tras esta semana y media de ausencias. Además, acá ha habido cambios: Xiaoling, la enigmática y conflictiva estudiante china, decidió marcharse de nuestro departamento, y cambiarse de pieza con la Carla, chilena, soltera, estudiante de Psicología en la U. de Chile, quien se domiciliaba hasta ese entonces en la pieza de arriba. Si bien nunca los conflictos llegaron a los extremos graficados en la foto, sí estabamos nosotros también un poquito chatos de ella: acumulación ilícita de platos sucios en el lavaplatos, exceso de aromas desagradables en la cocina, utilización indebida de artefactos de aseo e higiene personal, entre otras acusaciones. Ella a su vez, se quejaba que metíamos mucho ruido y no la dejábamos dormir. En definitiva: solución digna de “Caso Cerrado”: quedamos todos extremada e espasmódicamente felices. Y ante la objeción de “ahh… pero entonces ahora van a hablar todo el día en castellano”, hay que decir que no ha lugar, porque la Carla siempre pasaba metida acá todo el día, así que no es nada nuevo. ¡Chaolín Xiaoling! (venimos con esa talla desde que supimos que se llamaba así...)

Doy por cerrado el informe, felicitando a los que llegaron hasta acá. A estas alturas, la exhaustividad de la lectura de cada uno de ustedes me sirve como una medida cuantificable de la estima y el cariño. Más aún me sirven las respuestas, comentarios, correos o cartas físicas que me quieran hacer llegar. Y el que no quiera, que no quiera. Acá nadie obliga a nadie (salvo en los cachos).


Un abrazo muy grande a todos; ¡ya los echo de menos!
Cristián


Agrego otras fotos curiosas:

Una advertencia para mí....

(Stuttgart)

.... y otra que incluye a los colegas.

(Santander)